martes, 18 de noviembre de 2008

Canal Nostalgia


Eran las ocho en punto y había quedado a las ocho y media. Faltaba media hora, o sobraba, porque el lugar de la cita no estaba lejos. Así que me dirigía hacia allí despacio, caminando ociosamente y recreándome en la estampa vulgar que deparan los edificios comunes, iguales, casi en serie, que el ladrillo y los años sesenta nos dejaron en el Paseo de Zorrilla. Ni rastro de humanidad arquitectónica. Así que me asomaba a escaparates, portales o tiendas de golosinas. Hasta que me encontré con algo que me hizo parar en seco, y decirme que, la verdad, no había motivo para no entrar. Se trataba de una de esas galerías comerciales de los años setenta, casi ochenta, donde de pequeño solía perder el tiempo con mi amigo R, donde pasábamos la mañana del domingo entre chascarrillos y risas y suplementos de prensa. Había muchas tiendas de ropa, zapaterías y marroquinería, pero lo que sí recuerdo bien son dos cosas: el videoclub, con el póster de Platoon y La mosca y Nueve semanas y media, y el kiosko, donde cumplíamos nuestra única obligación dominical: traer el periódico, mientras la radio atronaba y tenías que hacer cola y se te colaban todos porque eras pequeño y empezabas a hacer el tonto y nunca te ponías del todo en la fila. No me gustaba nada ese kiosko. Los caramelos y los álbumes y los ejércitos de prusianos me los compraba en otro.

Por entonces yo no sabía nada de la tienda de discos, porque estaría cerrada, seguro, los domingos, y porque también era demasiado pequeño para tener conciencia musical. Años más tarde fui por allí otra vez, y ahí la encontré, en el piso de abajo. Fui con mi amigo V., devorador compulsivo de rock and roll y devoto de la tienda. Charly Blues era pequeña, familiar, los clientes se conocían, y el tío ponía su música (rock and roll, blues, soul....), tocaba él a veces, era realmente su negocio, vamos, que hacía lo que le daba la gana. Me compré algunos discos, pósteres, curiosidades (“esta tienda ya es un bazar raro”, le oí una vez al dueño, al verme entusiasmado con la carátula de Playboy en paro). Algún año después compartí piso con P, melómano empedernido, rockero impenitente, pero sin duda rockero de buen corazón, enciclopedia musical y asiduo, lógicamente, a Charly Blues. En su ordenador, en la carpeta imágenes, unas letras amarillas enormes, como si fuera un letrero, rezaban “Charly Blues”. Nunca le pregunté si hizo el logotipo de la tienda (él es informático) o simplemente, al diseñar algo, le vino a la cabeza el nombre de la tienda, como texto.
Por todo eso entré en estas galerías ochenteras. Era lunes y eran las ocho de la tarde, no esperaba gran afluencia, pero tampoco el desolador paisaje que encontré. Un pasillo enorme lleno de tiendas con letreros de “Se traspasa”, escaparates polvorientos, medio rotos, un espacio enormemente vacío y deprimente. Al estar en medio del Paseo Zorrilla no podía parecer un pasadizo secreto, pero el aire de gruta del terror sí lo tenía. Me alegré de encontrar una boutique rancia y una mercería, pero me entró cierto desasosiego al caminar entre escombros comerciales y detritos textiles. Ni un alma. Había dos tiendas abiertas, pero nada más que eso parecía indicar que la galería siguiese siendo lo que era, o al menos, comercial. Sorprendentemente, habían dado unas capas de pintura nueva, casi reciente, de color chillón, feo pero altivo, verde o azul intenso, en un esfuerzo postrero y sin duda inútil de remozar al abuelo cebolleta. Lo cierto es que me entró una pena terrible al ver qué quedaba de todo aquello, mi recuerdo de cuando era pequeño era de mucha gente con bolsas, mucho trajín, cierta actividad. Ahora estaba convertido en unos sótanos lúgubres, mortuorios, por mucho que se quitasen el luto y se fueran al hogar del pensionista a echarse unos bailes. Me entró un poco de miedo, porque no había ni Dios y se oían algunos pasos al fondo. Creo hasta que era Halloween... Pero movido por alguna fuerza extraña, en vez de marcharme por donde había venido, me armé de valor y bajé por la escalera recientemente pintada, con una capa gruesa y tosca y fea de Botox remedia todo. Y allí abajo, el milagro. En medio de la nada, de la oscuridad inquietante del sótano misérrimo, con las paredes desgastadas y plomizas, de repente, escuché algo de música contenida, como tapada por algo, aun así, inconfundible: un blues. Tardé un poco en reaccionar, pues ya no esperaba encontrar nada habitado en esta planta de abajo. Eché un vistazo y al fin lo vi, había un puerta de donde parecía provenir la música. Allí estaba yo parado, atontado, contemplando la puerta de Charly Blues. La puerta estaba cerrada, pero dentro había luz, de eso estoy seguro, y la música puesta. Quise entrar, llamar a la puerta y decir que venía de parte de mi amigo P, que me alegraba de que todo siguiese en su sitio. No sé porqué no lo hice. Digamos que lo hago ahora...

viernes, 7 de noviembre de 2008

El portero siempre llama dos veces


A pesar del nombre, Busi no era un peluche, ni un muñequito con luces verdosas ni nada por el estilo. Era portero del Barsa, o guardameta, o cancerbero, dándole épica al asunto, y echándole imaginación, y jeta, desde luego. Mi primer contacto con el bueno de Carlos fue una entrevista de García, podríamos estar hablando del año 93 o algo así, en la que mi adorado pequeñarra refería un terrible suceso, algo así como un partido navideño por la Amistad o la Coalición de Culturas o la Juventud o recurrente memez semejante en el que los juveniles del Barsa se enfrentaban a un combinado descafeinado en un pabellón de fútbol sala del extrarradio. García se hizo eco de tan pobre acontecimiento deportivo por algo lógicamente extradeportivo, y es que un imberbe Busi, aún más Carlos que Carles, y mucho más Busi que Busquets, compareció un tanto afectado, y no nos referimos a su natural afectación o pose, esa que tantos disgustos dio al barcelonismo, sino a que apareció borracho como una cuba y terminó el encuentro encarándose con varios aficionados que lo increpaban, mientras se tocaba los genitales y los desafiaba en pleno pabellón de la Paz y la Amistad de Cornellá. Examen de conciencia, contrición y posterior absolución butanera, dos Aves Marías y al primer equipo. Y qué penitencia. Diez años más o menos. Pero hijo, si vas a jugar al menos vístete de corto. Pero lo peor no es que jugase con chándal, no, es cómo le quedaba el chándal. Transmitía la misma sensación de profesionalidad que mi hermano con el chándal rojo de la marca Johan Cruyff’s (basado en un hecho real). Para entonces era más Busquets que Busi, porque los sufridos culés ya le dedicaban pocos apodos cariñosos (en mi casa, de cabrón para arriba). Era como ese grupo que te dicen que es bueno y te lo crees, pero...te parecen horrorosos. Joder, algo tendrán, igual los he escuchado poco.....Voy a darles otra oportunidad....Pues con este igual. Y hasta estabas deseando decir que hacía buen partido, cuando despejaba con un certero puntapié (por entonces se decía que era muy bueno con el manejo de los pies, lo que, para un portero, viene a ser el equivalente a un banquero muy solidario) o salía con acierto un par de veces (normalmente, hasta el medio del campo). Un día García, que en el fondo lo apreciaba desde aquella entrevista en que desnudó su indómito corazón chulanganero, se pasó medio partido de Champions admirando las intervenciones de, ese día sí, Busi, hasta que decidió ser Busquets y meterse con el balón en su propia portería, tras un centro sin aparente peligro. Han pasado menos de quince años de estas cosas, y ahora su hijo triunfa en el primer equipo del Barsa. Valdano dijo una vez, tras quitarle dos Ligas al Madrid como entrenador del Tenerife, que le devolvería al Madrid todo lo que le había quitado como entrenador (evidentemente, si de Ligas no hablaba, de dinero menos). Pues el bueno de Carles (hoy ya es Carles, sin discusión) ha decidido devolver al Barsa como padre todo lo que le quitó como jugador. [1]


[1] Nota del autor: El autor siempre ha sentido debilidad por la persona de Carlos Busquets, una suerte de héroe iconoclasta de barrio, pendenciero pero de buen corazón. Agradecería que algún comentario me aclarase la posible relación que pudiera tener nuestro guardameta con el material de papelería Busquets, algo que, por otra parte, me ha obsesionado bastante desde ya una tierna edad. Gracias

martes, 7 de octubre de 2008

WALK FIT: LA TIENDA EN CASPA



No puedo dejar de ver el equivalente al Teletienda en diversos canales del TDT. El Teletienda debe contener, sin duda alguna, sustancias adictivas ilocalizables, como la Doritina de los Doritos o eso que tiene la Ginebra con Coca Cola que no sabes qué es, pero que gusta. Mira que uno tiene el culo pelao de disfrutar de estos anuncios, pero nunca jamás había visto uno semejante. Un tal Stuart (el Animoso) que va de graciosete, una calentorra casi cincuentona (Mimy o Vivi, haciendo el papel de “se las sabe todas”) y un médico que no se quita la bata en ningún momento, persuadiendo al personal acerca de las bondades de Walk Fit, las plantillas definitivas para los pies que te dejan como una rosa: se te quitan callos, calenturas, durezas y lo que haga falta, hasta el mal olor desaparece así, como diría García, a vuela pluma. El doctor empieza con una sesuda y juiciosa afirmación: “las plantillas deben adaptarse a los pies, y no los pies a ellas”. Sí. Sí, tiene razón, y es que es verdad. No puedes evitar asentir en casa, casi hechizado. Inicia entonces una diatriba contra las plantillas convencionales, que son muchísimo más caras y encima te dejan como estabas. Estas no, estas te cambian la vida, dicen los tres. Y no es para menos. Imagínate poder volver a disfrutar de actividades como bailar (y sacan a una pareja muy salsera moviendo el esqueleto), ir a los bolos (el cincuentón a ras de suelo lanzando una bola medida) o a la compra (la verdad es que dan ganas de quedarte jodido, como estabas, para el plan que tienes) Y encima por 40 euros te llevas las plantillas junto con una emulsión analgésica para los pies, que con humor denominan “aceite que tonifica pies y alma” y un adaptador para sandalias (no corráis si veis a un guiri con sandalias, calcetines y una goma blanca y azul asomando por los piececillos rosas y ocres. No es un loco, más bien es un visionario: es uno del millón cuatrocientos mil beneficiarios de Walk Fit). El dolor hay que atajarlo asevera el doctor, porque empieza en los pies pero puede llegar a los tobillos, rodillas y pelvis. Vamos, que te vienen de perlas también para lo otro (no sería temerario hablar de “panacea”). Para añadir magnitud a la presentación, ésta se celebra en un jardincillo propio de boda civil norteamericana donde los novios se darían un buen beso de tornillo al oír el “ya puedes besar a la novia”, pero en lugar de esto, aquí tenemos al trío calavera y a una multitud muy heterogénea (que suponemos sufrirá de lo lindo los rigores del dolor de pies y los juanetes) pues aplauden enfervorizados, viendo la luz al final del túnel. Tienen a la parroquia entregada. Hacen un par de pruebas que ilustran con creces la grandeza del producto. Por si alguien pusiera en tela de juicio la comodidad de Walk Fit, primero botan una pelota sobre un tablero de mármol para que veamos qué saltos pega; efectivamente, parece que tiene vida la pelota, para luego quedarse quietecita sobre la plantilla y un vaso de tubo que la circunda. “Walk Fit es suave como un cojín”, se permite Stuart. Marea de vítores. Ahora una apisonadora de 10 toneladas para comprobar la resistencia diamantina de las plantillas. A lo de diez toneladas Stuart se marca un gracejo casi alucinógeno: “anda, casi lo que pesaba yo antes de adelgazar”. La sota de bastos no solo no se ríe sino que le reconviene con un poquito de raspe. Que esto es muy serio, tío. Ala, y las plantillas ni se inmutan. Aéreo del público estallando en aplausos. Cómo se lo montan, los tíos (la que han organizado). Ahora nos explican que tal ha sido el éxito y la revolución de esta agua bendita, que Walk Fit ha organizado un viaje a lo Kérouac por toda Norteamérica, únicamente para recoger testimonios de clientes agradecidos, clientes, por cierto, de toda índole. El evento se interrumpe para ponernos el vídeo del On the road: se enfoca la enorme furgoneta con la que recorren Norteamérica (por los colores, recuerda a las que utiliza Pocholo, por las dimensiones, pensamos más bien en la que se guardaba a Kit en el Coche Fantástico). Y es que la furgoneta es muy amplia, como exigen las circunstancias, y convenientemente decorada con el emblema de Walk Fit (una poco original huella de pie, Kelme podría demandarlos) y el motivo de celebración en grandes caracteres tipográficos: millón cuatrocientas mil unidades vendidas (otros tantos clientes satisfechos). Se inicia la rueda de testimonios: una sexagenaria que dice padecer artritis degenerativa (ponen una melodía lánguida, enfermiza, parece que se fuera a morir de un momento a otro), pero no, la señora dice que desde que se mercó las plantillas es una mujer nueva y ya hace de todo. El doblaje es tan entusiasta que parece que de lo contenta que está se fuera a trincar al bueno de Stuart (lo cual no sería de extrañar, puesto que en una secuencia posterior y particularmente delirante, se echa un garbeo de lo más atrevido con una negraza al principio recelosa pero finalmente atrapada por el mundo de ventajas de Walk Fit). Sale también una anciana doblada de una forma tan amateur que más que parecer un doblaje parece que las estuvieran imitando o contando un chiste sobre viejos en el asilo. Dice que ya no haría una maratón pero solo porque las milagrosas plantillas ya la han cogido muy mayor. Para que no pensemos que el producto es solo para abuelos, sale una morenaza rebelde, de muy buen ver, que, con estudiada dejadez, dice que se lo recomendó su madre, y mira que la hace poco caso a su madre, pero en esto tenía razón la vieja de los cojones. Y para terminar, el testimonio de un mormón o evangélico, así jovenzuelo, de treinta y tantos, que confiesa literalmente entre lágrimas, que él no estaba nada católico, pero lo que se dice nada, hasta que Dios se interpuso en su camino dejándole las divinas plantillas y ahora, gracias a Dios, es un hombre nuevo (por un momento, parece que el anuncio va a dar un giro inesperado y que las plantillas vienen acompañadas de Fuerza para vivir, porque empieza a sonar una música angelical y el muchacho entra en una especie de trance), pero no, en ese momento aparece su hija de trece años (vaya trece años, esa está ya pal macho), y se echa un partido de fútbol a cara de perro con el padre (para haberlo sabido Van Basten). Finalmente, un turno de preguntas para demostrar que las delicias de Walk Fit son absolutamente imprescindibles para todo el mundo. ¿Son recomendables para deportistas? Sería un error no tenerlas. Mi marido es funcionario, ¿sería adecuado comprarle las plantillas? Mi respuesta es sí. Mi hija ha tenido la primera regla...No continúe, se hace ya acuciante. Tengo un perro labrador que pasa muchas horas de pie...También hay adaptadores para perros. Mi mujer se ha apuntado a bailes de salón...¿Y a qué espera para darle una sorpresa? Soy heavy y me ajusto mucho pantalones y zapatos...Hombre, no me haga usted el favor...Soy diabético....También hay una versión con jeringuilla...Tengo la tensión alta...Sufro de hemorroides....Soy del Real Valladolid... Sí, sí, sí.

sábado, 28 de junio de 2008

Diario de un gruñón: Isn’t it ironic?


Avanzan las estaciones de metro y ahondas en los intersticios de las grandes ciudades, descubres viscosos tejidos marginales y olisqueas hediondas y tupidas glándulas suburbiales, mientras los nombres se vuelven grandilocuentes, idílicos...toda una declaración de principios: Calle del Progreso, barrio de la Esperanza, metro Prosperidad... Más que nombres de distritos parecen los principios fundamentales del Estado Social de Derecho... se queda uno turulato. Las ciudades más exóticas, las más afamadas capitales del mundo y los más bellos montes reconvertidos en desalmados y periféricos templos de hormigón y tiza negra, con sus tapias, patios de vecinos y obscenos carteles publicitarios retocados. Vaya tela. Nelson Mandela redefine el apartheid entre minorías realquiladas, el Príncipe Carlos de Inglaterra extiende sus reales atribuciones a los botelloneros del extrarradio, el maestro Garrigues imparte su magisterio con un desalentador índice de absentismo escolar. La calle Venecia está repleta de “gondoleros” mazas y tuneados. Ya ni quiero conocer el otro Manhattan. Hay más Jennifer en la guía de teléfonos de Alcorcón que en toda Norteamérica. Las camisetas de selecciones de rugby de la talla XXL están agotadas, los polos de promociones universitarias de los 90 ya no dan el pego. Nadie se lo cree. Ni siquiera yo, que estoy agotado. Once estaciones todos los días.

jueves, 15 de mayo de 2008

Homenaje al Pronto



Mi abuela la compra cada lunes desde hace treinta años, así que yo llevo leyéndola, pongamos, veinte años.

Si algo distingue a Pronto son sus adictivas secciones. Así, “El amor no tiene edad”, versión amable y optimista (y para todos los públicos) de “El cartero siempre llama dos veces” mediante la adaptación literaria del refrán “nunca es tarde si la dicha es buena”, va de amores a edades cuando menos, y siendo generosos, intempestivas. Con vocación de novela rosa seriada pero sin entregas, la trama tiene lugar en un único capítulo dividido en dos partes: la primera y más desgraciada, consiste en un desafortunado matrimonio con algún chuleta, de nombre común, un tal Carlos, que maltrató a nuestra protagonista al menos moralmente, hasta que murió éste o cayó en brazos de otra mujer joven y casquivana, deparando a su legítima esposa un futuro angustioso y sombrío con tres hijos a sus espaldas y cincuenta años en el coleto. En la segunda parte aparece el ángel, normalmente con un nombre un tanto ridículo, en plan Abundio o Robustiano, hombre que colmó a nuestra heroína de atenciones y la devolvió la fe en la vida y en los hombres, y cito casi literal. Como colofón, nuestra narradora, ahíta de amor, arenga a las desdichadas lectoras, como antes fue ella, para perseverar y no bajar los brazos: “Por eso, lectoras amigas, sabed que en cualquier momento os aparecerá, a la vuelta de la esquina, vuestro Abundio”. Qué horror. Moraleja: ponga un Abundio en su vida.

“Un hecho real”, como indica su título, contiene tanta carga de patetismo, tormento, dolor y pesadumbre que parece mentira que sea cierto. Vidas al límite: un paseo por el lado salvaje de la vida, sazonado con las dosis justas de traición, mentira e infidelidad. También hay un huequecito para el amor, cierto es. Sobre este particular, recuerdo un pasaje particularmente siniestro, y al parecer, hermosísimo, de una mujer que, habiendo hallado consuelo en un hombre que la había, por así decirlo, devuelto a la vida, ante la enfermedad en el ojo de ella, él, ni corto ni perezoso, decidió arrancarse un ojo, vamos, dárselo a ella para que viese a través y en vez de él. Tal cual. No está confirmado que la película Te doy mis ojos se base en este relato. Saturado de tanta historia, el lector llega exhausto a “Qué hubiera sido de mi vida si no...”, así que decide alegrarse la vista con la sección de salud y belleza. La revista se hace en Barcelona, y bien sabido es que por su proximidad a Francia, los catalanes se mueven entre la impudicia y la total desvergüenza, así que no había día en que no se colase alguna tetilla suelta si no en un reportaje, que también, (etapa dorada, a este respecto, fue la de Danuta, Sabrina y Samantha Fox) sí al menos en esta sección, pero en plan destape, así, sin ton ni son: “Jaquecas” y te salía la chica en pelotas y con cara de póker, (solo faltaba el subtítulo, “hoy tampoco toca”), “Dolores musculares”, y ala, otra vez a la cama .Pues con más motivo en la sección de “Vivir en pareja”, claro. De todas formas, tampoco te pierdas los consejos de belleza de las lectoras: cada una mandaba su particular truco, y sabe Dios que eran de lo más extraños (yo siempre me preguntaba de dónde podrían sacarlos): purés de patata para fortalecer los rizos, baños de gaseosa para endurecer los glúteos, friegas con manzanilla para “ir bien al baño”.¿Sabiduría popular o vicios inconfesables?

Sin embargo y, siendo sinceros, toda lectura del Pronto comenzaba por la página de "El médico responde", un consultorio médico al uso donde la viva estampa de la enfermedad, con palidez cetrina, ojeras, manchas en la piel y aspecto más que preocupante no era una alegoría del enemigo, el virus, sino la foto del matasanos, que con gesto adusto, presidía la página. En casa del herrero, cuchillo de palo. El pobre doctor era una réplica del magistrado Rosales en Veredicto: la ciencia tiene más autoridad cuando se presenta bajo las formas de la senectud. Un cáncer doce líneas, una vagina estrecha doce líneas, un pene curvo doce líneas: el saber constreñido a los márgenes y dictados de las revistas del corazón. Como corolario, un consejo final, regalo de la casa. Para un hipocondríaco como yo, la lectura de tantos síntomas, afecciones, tratamientos y deformidades me entusiasmaba y angustiaba a partes iguales. Y el médico era Dios, claro. Me encantaba la forma en que despachaba consultas tan dispares, cuadros médicos tan anómalos, sin inmutarse el tío, sin alarde ninguno, aunque es cierto que ayudado por un equipo de especialistas. "El psicólogo responde" venía después, con idéntica estructura, claro que no recuerdo que tuviera foto ni firma. Da igual: los psicólogos ya en esos tiempos no me despertaban simpatía alguna, ni ahora, la verdad, pues no me inspiran admiración: sus consejos son máximas dictadas por el sentido común y sus palabras siempre tienen ese tufillo totalizador y de cita que me estomaga. Cierto es que yo no gusto a los psicólogos, eso también es verdad, aunque no sé por qué. No hay entrevista de trabajo en que no me diesen por no apto, los tíos. ¡Pero si yo he dicho todo lo que tenía escrito en este papel! A ver, me gusta pasear, salir con mis amigos y ver cine en versión original, como a todo el mundo. ¿Un defecto? Eh, bueno, que soy un poco perfeccionista, creo, y a veces demasiado trabajador. ¿Una virtud? Pues esa, precisamente, el ser muy trabajador. Si, si, encantado, adiós, y ya sabes que la cita ha salido mal, que tiene tu número pero no te llama, el cabrón, y mira que le has extendido la mano firme y fuerte como viene en este manual tan simpático, pero no, para él no vales, no eres normal, y encima, malditas las ganas que tienes de saber quién se ha llevado tu queso. En el caso del Pronto el psicólogo iba de buen rollo, ni rastro de Recursos Humanos, un amigo invisible que sospecho redactaba él mismo las consultas por la naturalidad con que contestaba, y que, como poco podía ayudar, te sugería que hicieses de la necesidad, virtud, pero lo disfrazaba de poderosos eufemismos : pureza o libertad por vida sexual insatisfactoria o soledad. Un artista.
El resto funciona como una revista del corazón convencional, eso sí, con su consiguiente cupo de fatalidades y siniestros, para configurar una crónica negra que asuste convenientemente a las abuelas, pero también con secciones propias, muy graciosas, como la de curiosidades. Siempre me encantó esa sección: la mujer con los pechos más gigantescos del mundo, la niña con mayor hirsutismo facial, el niño lobo, la madre más prematura, el matrimonio con mayor diferencia de edad, la perrita que amamantó varios gatos, niños con macrocefalia, microcefalia, hidrocefalia....Diversión a raudales. Todo por un euro. La revista más leída de España. Y con razón.

viernes, 9 de mayo de 2008

La Latina: Los domingos ya no son una lata


Los diecisiete son democráticos, los treinta no. Por mucho que en la Latina, a priori, tenga las mismas oportunidades de llevarse a la cama a una pija un tendero que un ingeniero. Ya viene la marabunta endomingada, todos vestidos con sus mejores chándales: los domingos, en la Latina, toca clase de gimnasia. Ellas se ponen coletas: adiós a la inocencia. A los treinta no hay paraíso, pero bueno, algo se puede hacer. El sábado unos porritos y a la cama, que el domingo hay que trabajar. Y duro.

La Latina da respuesta a preguntas universales: ¿qué hay después de los veintinueve? ¿hay vida después de los treinta? La Latina es solidaria: hay muchas bocas bongueras que alimentar. Unos centimillos para la música. De críos se ligaba pidiendo mechero, aquí se liga pidiendo papel. Viene a ser lo mismo: la cantidad de testosterona no se crea ni se destruye, solo se transforma. Pero bueno, al final siempre ganan los mismos: el gafapastismo o gafafascismo: la dictadura de la gafa de pasta. “Los domingos en la Latina....son guays”. Eso es, guay. Te da hasta cosilla pedir un cacharro al mulato vasilón que pone copas. Mestizaje, sí, de eso hay mucho. Eso también es guay. Tremendas argentinas, fornidos mulatos, mexicanos con crestas...
Para que luego digan que los españoles somos racistas...¡Si son igual que nosotros! Hasta más guapos.

Membrillo y un poquito de queso, setitas y salmón. También hay huevos rotos, pero los amasijos de huesos treintañeros montaditos en un poco de lomo añejo piden pocas calorías, que el alcohol engorda. Todo es mínimo: la comida, las faldas, la música... un remusguillo, un runrún ligero e imperceptible de tambores en la marea de buerrollismo matinal. “Esa no cumple los...”. No, no los cumple. Pero sus cuerpos siguen incorruptos, apuntalados por los macizos muros de la depravación dominical y pandillera. Madrugan. Ir a la Latina es un trabajo.
Fuera, la Policía. Ellos también van a la Latina, pero nadie los ha invitado, ¡que se sepa! Patrullando, escuchan el Carrusel Deportivo o a Van Morrison lo que, por otra parte, todos haríamos de no haber inventado Dios un domingo la Latina antes de irse a descansar. Para qué queremos más, multa por fumar porros a un pobre desgreñado. Ya están los policías fachas, vienen a provocar. Que no hombre, que no, vienen a daros conversación. Y épica al asunto. Que ya no tienes hora para llegar a casa.

sábado, 5 de abril de 2008

LA PARADA DE LOS MONSTRUOS


Trabajo en el templo de la burocracia y el trámite. Aquí se agilizan, y es una expresión hecha, expedientes administrativos. A mi lado, deprimidas, enfermos bipolares, maníacos compulsivos, funcionarios vocacionales, lerdos, marimachos, ahorradores impenitentes, vividores, sacacuartos, gente joven con bigote, calvos precoces...Inadaptados, en suma. La estética de algunos podría revelar, por su descuido, por su absoluto desaliño, algún rasgo de snobismo, pero nada más lejos de la realidad.

Entré hace un par de años y así topé con esta jauría de funcionarios, interinos, laborales fijos y temporales, interinos consolidados, laborales consolidados, laborales que pasaban a funcionarios y funcionarios a laborales batiéndose a gritos por la noble causa de ver quién ganaba más. O menos. El orgullo realmente es ganar menos que el resto, siendo así, y reconocido por todos, el más desgraciado. Como es tan abigarrado el cuadro que nos depara el personal que trabaja en la casa, un marasmo de clases, grupos y subclases, cada nómina es un mundo, y cada incremento retributivo, un universo de quejas, reproches mutuos y reivindicaciones airadas. Y los atrasos. Nos remontamos aquí al pleistoceno inferior administrativo: el funcionario primate debía acumular, junto con menhires y fósiles, nóminas con numerosos atrasos pendientes ya de cobro.

Estoy en una sala enorme donde todos los animales públicos campan a sus anchas en relativa libertad vigilada, como en un zoo, especies variopintas, únicas, todas entremezcladas. A un lado, las gallináceas o grupo de veteranas cacareantes. La Administración, tal y como hoy la concebimos, no existiría de no ser por ellas, y es que el único trabajo o tarea al que éstas se entregan con verdadero afán, placer y audacia, es al difícil empeño de salir siempre a la hora, y en ocasiones, en condiciones casi extremas. A veces, cuando el director, mediante concesión graciosa y por sorpresa, nos permite salir media hora antes, los pasillos se pueblan de sexagenarias suicidas a la carrera, intentando y siempre consiguiendo que la media hora sean treinta o treinta y dos minutos, a veces aparcando abruptamente conversaciones o ignorando los más elementales hábitos de convivencia.

Cualquier neófito podría caer en la tentación de trabar conversación con ellas, y ahí estará su perdición. Las gallinas se mueven entre la absoluta demencia y la extravagancia verbal. Una a menudo habla de su “hija física” , maravilloso epíteto, pensaba yo, creyendo que era su hija biológica y que tendría algún hijo adoptado. Qué va. Tiene una hija que estudió Físicas, al parecer, pero por las veces que lo dice, debe ser muy buena, una suerte de Stephen Hawkins sin parálisis, con cara de lista y en castiza. Sabe Dios que no escatima detalles familiares, la tía. Cualquier cosa que comentes ¡ay, incauto! y llegue a sus oídos, tendrá, qué duda cabe, su correspondiente paralelismo familiar, en forma de tía, hermana o, preferentemente, hijos, físicos o no, que también son del BBVA, del Barcelona, cogieron alguna vez la varicela o viven con su novia. Nimios aspectos de la vida cotidiana de uno a ella no le pasan inadvertidos y pueden condenarte a media hora de monólogo. Luego vuelve a contar lo mismo por teléfono, como la repetición de Supergarcía. Como no hay que echar monedita para hablar por teléfono, se dedica a llamar, agenda en ristre, a todos los amigos, familiares y conocidos remotos. Si hubiese una máquina que suministrase horchata gratis, la ingresarían con un cólico tarde o temprano. Pero en lo de hablar por teléfono también es especialista otra, la reina de las madres, la única madre del mundo que tiene niños. Su teléfono móvil tiene la sintonía de un niño berreando y un tono de timbre desorbitado, lo cual, curiosamente, desata la hilaridad de las otras gallinas, que cacarean contentas, embriagadas de maternidad repentinamente devuelta. Cariño, cielo mío, mi vida, amorcito, unas diez veces al día. Qué cuadro tan hermoso.

Entre tanta gallina ociosa también hay alguna laboriosa. La más veterana trabaja bastante, sí, pero a qué precio. Vaya malas pulgas tiene la amiga. Tiene una voz aguda, chirriante, como una puerta mal engrasada que suena todo el rato, e igual critica a los compañeros que las minifaldas que a los chinos que al Gobierno de España. Para todos tiene. Lo que peor lleva, sin duda, son las minifaldas y los chinos. Los motivos se me escapan. Lo que es cierto, es que tiene un apego tal a lo de que cualquier tiempo pasado fue mejor que no se apea del “antiguamente”. Cada frase contiene, inevitablemente, este adverbio, que por mi experiencia, podríamos traducir por “bien”. Un ejemplo: “ahora las nóminas ya no se hacen como antiguamente” significa que se hacen mal, vamos, que no se hacen bien, como antiguamente. Más que una coletilla es una cosmovisión. Que todas sus frases contengan “antiguamente” depara dos cosas: apuestas para ver si el número de antiguamente diario es par o impar, y por otro lado, una prolongación innecesaria de cualquier conversación de cortesía. Así, cualquier cuestión urgente, y de orden práctico, culmina con un exhaustivo examen de la praxis administrativa:

-“Oye, ¿es necesario sacar fotocopia de la solicitud?”
-“Antiguamente no había fotocopiadoras. Todo, y se dice pronto todo, lo hacíamos a mano. Con estas manitas hijo, y por 100000 pesetas. Encima, te mandaban unos papeles escritos a boli que no había quién los entendiera. Luego trajeron una fotocopiadora, pero una para todos, no te creas, que aquí gastarse dinero... (y hace unos gestos excesivos y elocuentes con la mano, con cara de mucho pesar). Además, cada director que viene dice una cosa. Yo te digo (sonriendo, picaruela) que ya hago lo que me viene en gana, y que me vengan a mí a decir....a estas alturas (casi inexpresiva, no necesita explicación). Así que mira, haz lo que te parezca. Antiguamente se mandaba una relación con las solicitudes, pero ahora ya no sé bien .Pregunta de todas formas a Carmen, que igual ella lo sabe.....

Lógicamente, ni se te ocurre, dada la experiencia, preguntar a la tal Carmen, primero porque te va a pasar lo mismo que con esta, segundo porque sabes que no tiene ni idea, tercero porque está leyendo el periódico, y cuarto porque cuando termine, estará en su hora del desayuno. Carmen es la liberada sindical. El término liberado nunca estuvo tan provisto de sentido, nunca fue tan revelador. Liberada de trabajo, de obligaciones. Eso sí, es buena chica, eso no lo duda nadie. Pero muy negativa, también. Cualquier noticia positiva o amable para ella tendrá su cara más luctuosa: que te suben el sueldo, ala, seguro que te suben la retención, que te dan día libre, a ver, seguro que quieren cogérselo los jefes, que hay comida, seguro que es escasa, que hay jornada de verano, es lo menos que podían hacer con lo poco que cobramos. Y todo con un tono de torturada que asusta. Detecta una ventana abierta a cien metros, una mota de polvo en el ordenador de quince sitios más para allá. En relación a manías, el paroxismo. Podría pasarse el día pegada a la puerta para impedir un cerrado poco conveniente. En cuanto a ahorrar, no escatima: su cabeza es un ordenador personal lleno de deducciones, reducciones y posibles devoluciones de Hacienda. También la funciona bien la chaveta en cuanto a los días de fiesta, moscosos y fiestas locales. Parece tener en la cabeza el calendario laboral de toda España: me la imagino fantaseando a diario con miles y miles de potenciales puentes que se haría si fuese funcionaria en Cuenca, Motril, Albacete o Calahorra, según el caso. Me temo que ni siquiera así es feliz, la pobre.

miércoles, 19 de marzo de 2008

LISTA DE BODAS



No quería hacer esto....He intentado con todas mis fuerzas no caer en el síndrome de monologuista del club de la comedia, en plan hoy toca el verano, hoy tocan las bodas, hoy toca el cine. Pero no he podido evitarlo. Será la falta de talento o de ideas, o que solo me apetece escribir sobre determinadas cosas que me motiven. Como las boas.

Pasado abril, la probabilidad de que te casquen una boa sube considerablemente. Por mi poca experiencia en bodas, mejor cuanta más caspa haya. Todas aquellas bodas que tengan un cierto buen gusto, que no huelan a pachulí y a lamparones y a pasillos rojos y mesas presidenciales están condenadas al fracaso. El español quiere liga, espadón y vivan los novios y los padrinos. Cualquier conato de poner música elegante o no vociferar o no invitar hasta al sargento chusquero compañero de mili de tu padre irá, irremediablemente, directo al fracaso más absoluto y al tedio y al sopor y al bostezo educado, disimulado con la mano y la corbata. Queremos caspa.

En principio, todo empieza con la invitación. Yo soy muy fan de las que llevan corazones entrelazados y sangrantes, una historia de amor y delirio bendecida por Cupido. Y un nos casamos gigantesco, a modo de titular, todo ello con caracteres de imprenta y producción en serie. Ver las invitaciones y decir qué bonito es todo uno. Así te aprendes la lección: durante todo el proceso de gestación de la boda y en la boda misma, tienes que decir que todo es muy bonito. “¿Qué te ha parecido....?” “Muy bonito”. Es una especie de ritual, se entiende. Si dijeras que no te gusta algo, se interrumpiría todo. Es el santo y seña de la boda. Te permite entrar en la iglesia, en los salones de la boda, en la barra libre. Por eso siempre digo eso, sin rechistar. Estaba en lo de las invitaciones. Pues eso, que me chiflan las horteradas, aquellas invitaciones en las que prima el horror vacui y se declara a todo el mundo que allí hay un amor sin tapujos. Luego hay, como siempre, otras más discretitas, e incluso algunas pequeñas incursiones experimentales con ciertas pretensiones pictóricas, que en el mejor de los casos provocan algunas bromitas entre los invitados. Pero mi preferida, sin duda, es la de la boda del primo de un amigo. El tío era muy rockero, heavy para más inri, y en mi opinión un genio. Imitando las inefables estampas de los grupos de heavy melódicos de todos los tiempos, chico y chica posaban de espaldas y entre las sombras luciendo una generosa melena y hombro contra hombro. Una tipografía que imitaba la de la revista Rolling Stone, y a modo de titular el se casan con sus nombres. La invitación incluía numerosas referencias rockeras, y acababa con un insuperable “absténgase alérgicos al rock”.

Como el día de la boda se supone que es un día especial, todo el mundo quiere hacer cosas especiales (ir a misa, ponerse trajes....). Sin embargo, lo que más les gusta es, en sus palabras, una ceremonia “bonita”. Obviando la aberración de qué consideran ellos bonito en una ceremonia, me centraré en un momento culminante: las lecturas. Dado que el ochenta por ciento de los contrayentes el último libro que leyeron fue el de lectura obligatoria de COU, en su caso, la elección de un pasaje muy emotivo para la lectura es cosa siempre del amigo gafapasta. Este, al que los contrayentes consideran normalmente y siendo benévolos extravagante, hace una labor de documentación digna de tesis doctoral y que normalmente vale para poco: al final la gente escucha los poemas en la iglesia como quien ve llover, y como mucho le preguntan que de quién son esos ripios tan floridos. Pero si no lees nunca, ¿por qué tanto interés en que tu boda se convierta en la tertulia del Café Gijón? ¡Qué ilusión les hace a los tíos! En la iglesia y todo, les debe sonar a gloria bendita. Además, si tienes suerte y has pagado unas perras extras, el Papá de Roma tiene unas bonitas palabras de felicitación. La única vez que vi esto fue emotivo: el cura, muy ceremonioso él, como quien se guarda un as en la manga, nos dijo que había un comunicado de última hora o algo así que nos pasaba a leer: algunos, como era domingo, pensamos que iba a dar los resultados y la clasificación de primera, el tío, pero nanay, enseguida nos dijo que el Papa en persona (hubo exclamaciones y todo, un “alaaaa” general, y no es broma) bendecía esta boda en particular, supongo, porque conocería especialmente a los contrayentes. Así que no me extraña que no se hayan divorciado todavía.

Lo bueno de la boda es que de ahí sale un matrimonio. Es casi perverso el uso que hace el español de este término, de ahí que una frase muy común sea que “hemos quedado a comer con otros matrimonios”. Han quedado, al parecer, con otras instituciones matrimoniales amigas.

De la iglesia te llevan a unos salones versallescos y aterciopelados donde se come y se bebe sin atisbo de moderación, unas bodas de Caná reloaded entre mucho dorado y repujado y lamparones que harían las delicias de Luis XIV. No menos barroco es el look de la madrina, generalmente un pavo real especialmente policromado y que, de ser de avanzada edad, queda de miedo con el mobiliario. Qué buen gusto, dices, mientras te pimplas unos vinos analgésicos y echas un vistazo de soslayo al percal femenino. En tema de salones, entre insólito y grotesco fue el caso que me contó mi chavala. Al parecer, de pequeña, escuchaba por la radio un anuncio que rezaba: (o ella lo entendía así) “Mujer, tu boda, el momento más importante de tu vida con la elegancia y distinción de Lady Legance” (ella lo traducía como mujer elegante, o algo así).
Claro, de pequeña fantaseaba con unos salones exquisitos y privados, un ambiente de primera en algún lugar recoleto de la sierra madrileña hasta que descubrió la verdad: “Lady Legane’s”. Agüita, Lady Legane’s’. Probablemente, esos salones maravillosos estarán enclavados en la calle Las Vegas de Leganés, en pleno centro histórico, y a un paso del Moore's. Se puede ir a pie desde la iglesia para tomar unas pintas mientras los novios se hacen las fotos.

Acabada la comida, los felices novios se van de tournée. Van mesa a mesa para pedirte el santo y seña: muy bien todo, si, fenomenal. Y les sueltas la mosca. Desde hace rato, hay un bullicio, un runrún en las mesas en las que solo se escucha la palabra sobre. Don Sobre. El sobre es un eufemismo chungo, innecesario, casi sería mejor que dijeras toma el dinero, tío, y no toma el sobre, pues a estas alturas todos sabemos que es un título valor, el sobre, y que le endosas una letra de cambio a cambio, valga la redundancia, de que te den de comer y beber. Meses después el eufemismo se volverá gigante, desagradable incluso, cuando les pregunten a los casados que para cuándo los niños:
“Lo estamos intentando”. Siempre me han dado ganas de preguntar, entonces, si lo intentan mucho o poco, cómo lo intentan, cuántas ganas tiene ella de intentarlo o si lo intentan ahora más que antes. ¿Es posible ser más gráfico (o pornográfico) que responder eso? En fin, que les sueltas “el sobre” y te lo cogen con desgana, con una calculada mezcla de desidia, agradecimiento, soberbia y desprecio. Nunca lo echan un vistazo. Siempre dan ganas de meter dentro, pues tan poco les importa el contenido, algunas rimas sandungueras.

La barra libre. Cuando empieza, la cola de trajeados llega hasta el baño de señoras, y el más risueño del grupo no vacila en decir que a esta invito yo. Este será, sin temor a equivocarme, el chascarrillo más repetido en toda barra libre, tan repetido como el hasta el año que viene antes de ir a cenar en Nochevieja o el no curres mucho cuando te llaman al trabajo o el buen fin de semana los viernes al salir del trabajo: es una rutina que significa que ya tenemos todas las bendiciones para darle al alpiste y que ya estamos tardando. Por otro lado, el que haya barra libre evita un momento particularmente enojoso para la gente mayor: el del pago. Gente adulta: dícese de aquellas personas que se pelean por ser el que paga, o al menos el que más veces dice que paga. -Venga, que pago yo” “Hombre Paco, no fastidies....” (menuda molestia, que te paguen los pelotazos...) “Que no, que he dicho que pago yo” (buscando complicidad en su mujer, que asiente y dice que anda claro”. Esto puede durar varios minutos, como las despedidas después de una visita particularmente aburrida. Se habla más al irse que en el durante. En la barra libre se otorga el título imaginario y honorífico de borracho de boda. Si hay varios con la corbata y el cubata en la cabeza, la mayoría se decanta por el que pone más interés en bailar Chiquilla. A igualdad de méritos, prima esto. O la antigüedad, si hay empate a todo. También hay otras categorías, pero no quiero que me llamen machista.


Con la barra libre, el martirio del baile se hace más liviano para todos. Hay una relación directa entre lo fea que es una chica y el daño que le hace los tacones. A más fealdad, más daño. Tranquilas las guapas: también a muchas guapas les hacen daño los zapatos de tacón, pero es que absolutamente todas las feas tienen unos dolores tremendos cada vez que se ponen los tacones. Es como si no estuvieran destinadas a ir vestidas con tantas alharacas, una especie de guiño maligno de la Providencia.

La indulgencia y la benevolencia no son dos cosas que puedas ejercitar mientras escuchas a King Africa, así que retomas mentalmente el tema de las ceremonias bonitas y las lecturas en la iglesia (y eso que aún no he sido nunca el amigo gafapasta que elige lectura). Si quieren ceremonias bonitas, que nos disfracen a todos de romanos y nos lleven a una cripta paleocristiana. O simplemente que se busquen a un cura preconciliar que nos haga la ceremonia en latín y así nadie se entera de nada pero bien bonito que es. Y por el mismo precio.

viernes, 22 de febrero de 2008

CRÓNICAS BEODAS: UN PAÍS EN LA PETACA


Dice la Real Academia Española de la Lengua que beber es “hacer por vicio uso frecuente de bebidas alcohólicas”. Por vicio, dicen, y es cierto. Pero también nos emborrachamos por ostentación. Ostentación verbal, primero, y es que hay una profusión tal de nombres para designar las borracheras o el beber (soplar, trincar, darle al frasco, al alpiste, ir mamado, agarrarse un tablonazo, una tajada, una tostada, un pedo, una cogorza, una melopea, una merluza, ir cocido....) que se nos queda chico el diccionario. Continuamente surgen nombres que sustituyen a los más trasnochados: de destilado a cubalibre, de cubalibre a cubata, de cubata a chisme, cacharro, alpiste...un no parar. Pero la ostentación verbal se torna en elocuencia, en magnificación, cuando se trata de narrar alguna hazaña etílica. Ningún detalle pasa inadvertido. La borrachera más tontorrona se convierte en leyenda, y al contarla muchas veces y de forma rimbombante surge la epopeya.

A veces la frase “me emborraché” equivale a me lo he pasado bien. De hecho, me cogí solo el puntillo sería como me lo pasé bien pero no me corrí. La cosa sería así: “¿Bueno, ayer qué tal?” “Bueno......(silencio muy largo)........Ayer....¡ una borrachera!” (resoplido y gesto grave, movimiento de manos). O sea, que muy bien. Solo el puntillo es un “oye, mejor que nada....”.

La ostentación espirituosa llevada al extremo es el orgullo local. “Mira tío, tú no sabes cómo beben los segovianos”....”Prepárate si vas a mi pueblo....tú ni te imaginas lo que se puede llegar a beber allí....”. Te lo cuentan con cara de compungidos, pero bien orgullosos que están. Cuanto más serios te lo cuenten, más beben allí.

Y es que el alcohol está muy ligado a la cultura popular. Así las cosas, se puede decir que tomarse unas cañas es algo pop, o folk, en realidad, como lo pueda ser el flamenco o los bailes regionales. El español medio entiende de carajillo, caña, vermouth, licor después de la comida y copichuelas como quien dice mañana, mediodía, tarde y noche.

Las borracheras molan como actos aislados, pero que no te encasillen de borrachín o borrachuzo. El primero tiene cara de husmia, bebe muy seguido pero en sorbos cortitos, se emborracha rápido y pronto se le notan los síntomas: naricilla roja, se le empañan las gafas, se enrojecen los ojos, el aliento hiede, la sangre hierve y el dinero fluye entre temblores y balbuceos pidiendo otra. El borrachuzo es el profesional de la borrachera, amo y guardián del alcohol, patrón de los borrachines. Es la gama alta del borrachín y la baja del que se coge muchas borracheras. Está mal visto y se le pone el despectivo sufijo “uzo” porque es astuto como un zorro cirrótico, se le acartonan las manos a la hora de pagar y tiene mucha más prestancia que el borrachín, mil veces. “Anda, paga tú, bobo”. Y el pobre husmia tiene que aflojar y lo hace sin rechistar. Es el putero, no el que se va de putas. Bien sabe los sabores y sinsabores de las tabernas, está curtido en mil batallas alcohólicas, es un alcohólico de nómina. Y la declaración le sale a devolver.

Por profesiones, abogados, médicos y periodistas suelen ser los más alcohólicos. No conozco las borracheras de médicos y periodistas, pero mucho se podría hablar de las de los abogados. Los abogados se suelen atizar de lo lindo mientras le dan al coco a algún pasaje particularmente sucinto o intrincado del Código de Comercio, y todo ello en compañía del cliente, al que dan palmaditas en plan jetilla: “Desde luego, Señor González, pelearemos este caso hasta sus últimas consecuencias” (sorbazo al gin tonic, golpe solemne en la barra y gesto con la cabeza al camarero para que ponga otros dos). Cuando llega el brebaje, prosigue la alocución: “lo que le digo, señor González, está complicado (sorbazo) pero no dude que por lo que a mí respecta....” en ocasiones acompañada de algún guiño de ojo cómplice. Es una borrachera muy digna y muy profesional, sí señor.

No podrían cerrarse estas crónicas beodas sin hacer mención a su mejor exponente: las fiestas populares. En efecto, el verano, y su consecuente rural, sus fiestas, son un periodo prolífico y generoso de sublimación a Baco. Interesante es la borrachera del lugareño el día de la fiesta, pues se emborracha como quien saca de paseo al santo o baila en la romería el día de la Virgen. En efecto, su borrachera tiene algo de místico, de religioso, un ritual casi litúrgico, sagrado pese a ser todo tan pagano. Los viejos mamados el día de la fiesta no son más que la procesión de los que honran al santo, y a su pueblo, qué cojones. Si no me emborracho yo el día de la fiesta....¿quién lo va a hacer? Mártires, qué duda cabe. Y con una disciplina espartana. Otro capítulo muy pintoresco de estas fiestas son las peñas de los padres. En mi pueblo, de las más afamadas era la Peña el Rastrojo. Podría reproducir casi exactamente la decoración: en la puerta de madera, un cartel de la peña, con fotos de la alegre comitiva cuarentona, y dentro, calendarios de Sabrina y del equipo de fútbol del pueblo en la temporada 80-81, cuyos miembros portaban un inconmensurable y pujante bigote ochentero, y a juzgar por lo que se atisbaba en esos raquíticos pantalones ceñidos, la pujanza no se ceñía solo a los bigotes. Al lado, una colección de carteles con las orquestas que venían a tocar al pueblo, de las que destacaría dos: California 2000 (nombre doblemente sugerente) y Sócrates (nunca supe a ciencia cierta si el nombre de la orquesta se debía al filósofo o al futbolista brasileño, pero cuando años después surgió el incalificable dúo Platón, me incliné a pensar en el griego). Al grano: si ibas a primera hora, la peña de los llamados “padres” todavía articulaba palabra y te servían una limonadita, pero solo una que se te sube a la cabeza, decían los mamones, mientras se atizaban y empezaban a perder la compostura. Cuando horas después ibas para rematar la cogorza, te los encontrabas en pleno trenecito, en éxtasis dionisíaco y orgiástico, honrando también al santo. En sus propias palabras, se ponían un poco piripis el día de la fiesta.
Folklore, tradición, liturgia....¡Viva San Roque!

miércoles, 20 de febrero de 2008

Nuria Roca: la gallina blanca


Sería un salvapantallas perfecto, algo estrábico, como una cascada maravillosa en la selva amazónica, un mar proceloso, un equipo celebrando un gol, un salto con pirueta en paracaídas. Nuria Roca (Valencia, 1972) es poco más que eso, un fondo agradable, un chill out que no molesta a nadie, una cinta con gotitas de agua para relajarse y planchar bien la oreja (para mi sorpresa, en su página web te ofrecen la posibilidad de ponerla de imagen de escritorio). Vamos, que no debería importarme nada, pero yo la odio.

Con los personajes camaleónicos, una de dos: o grandes genios, o grandes farsantes. La buena de Nuria de genio no tiene ni la lámpara, la pobre, y de farsante tiene un rato. Es la impostura, la tomadura de pelo, la auténtica mentira hecha morena y con cara de no romper ni un plato. La primera referencia que tuve de ella fue una carta al director en algún suplemento semanal de tele, alguna variedad de Teleindiscreta noventero que te regalaban con el periódico de los viernes y que incluía una fatídica sección de opinión de los lectores, un vomitivo cajón de sastre donde igual encontrabas alguna carta de la presidenta del club de fans de María Teresa Campos, quejas de los acérrimos de Médico de Familia muy afectados por el cambio de horario o algún comentario poco atinado de los desencantados con Qué me dices, siendo en general, el público escritor, mayoritariamente jubilados (si no, quién se movilizaría tanto como para escribir una misiva con semejantes memeces). Pues eso, que debió ser un jubilado verderón, un aprendiz de poeta en el otoño invierno de su creatividad y entre curso y curso de trabajos manuales el que mandó una carta muy sentida y que me puso los pelos como escarpias contando las innumerables virtudes de la Roca, a saber: que era guapa, con los ojos bonitos, una sonrisa cautivadora y también creo que muy simpática. Al parecer también destacaba la carta que se trataba de una chica muy prudente. Y limpita, me imagino.

Por entonces la Nuri ya ejercía de fondo de pantallas. Quedaba de miedo su cara junto a los osos panda y las tortugas y los chimpancés menos pajilleros. Era tan entrañable todo que daban ganas de llorar porque sí. Todo eran ventajas, y en el hogar del español medio, se producían conversaciones de este pelaje: (Madre): “No es fea esta chica” (concesiva, aunque le cueste reconocerlo). (Padre): “No, es maja, y además es muy simpática” (babeando en el sillón e intentando que no se note, que los domingos siempre toca pelea, de la verbal y de la carnal). (El niño se ríe y piensa: “pero si está mucho más buena que mamá, y papá lo sabe de sobra”). A partir de esta vertiginosa irrupción en la familia española, nuestra amiga se hizo muy popular en los ambientes opusianos, y pronto colaboró con Emilio Aragón para hacer de amiga estrecha pero de buen corazón que te echa la bronca si a tu primo gay le llamas el primo maricón pero que luego no te deja que la toques ni las palmas de las manos (que no me toques las palmas que me conozco). Pues eso, hacía el típico papel de mujer en las series de Emilio Aragón: soporífera, políticamente correcta, sensible, maternal, liberal en el sentido de que no hace calceta, simpaticota y un poco locuela (déjala sola cuando se va “de marcha” con los de su trabajo) y vamos, calentando a todo bicho viviente pero en particular al bueno de Emilín, que por esa época se despeinó un poco y se quitó la camisa a cuadros y se puso una camiseta de equipos nacionales y un poco más y recupera las bambas que llevaba en la época de Vip Guay (tal era la visión siniestra que tenía de la juventud el pequeño de los Aragón). Pues eso, que había una tensión sexual entre el uno y la otra que ríete tú de Luz de Luna con la Cybill Sepherd y Bruce Willis.

Acabada esa serie, la David Bowie del Turia consideró que ya valía de baladas y que a ella, que era una tía muy heavy, lo que le molaba era el rock duro. Entonces fue al programa de Fuentes, el sempiterno aprendiz de Springsteen y por entonces limpia imágenes de cualquier famoso con fama de sosete o de pijo, y se metió en antena como un elefante en una cacharrería, vamos, en plan tenéis una opinión muy equivocada de mí, oye que yo fumo muchos porros y juajuajua risas mil (vamos, seguro que su segundo apellido es “de Costo”), que a los quince años me escapé de casa (se rumorea que reestrenaban Bambi) y que a mí nadie me tiene que decir con quién me acuesto, que por cierto, siempre es con el mismo, con mi marido. Jo tía qué fuerte.

Así que los de Cuatro se frotaron las manos. A esta la ponemos un pin de no a la guerra en menos que canta un gallo. Desde entonces, se especializó en tele basura en canales primordialmente progres: ya no le faltó curro al angelito. Como buena contertulia, igual te habla del clima en las Barbados que de la inflación que de la lista de la compra. Menuda es la Nuri. Y luego daba saltitos y se contoneaba y hacía bailes prohibidos según me han contado. De factor X a factor X: ahora ha escrito un libro sobre sexo (visto lo visto, me espero una Gramática Española prologada por Belén Esteban). Yo no me lo pierdo. Ella lo define como “muy atrevido”. Si son unas memorias encubiertas, vaya tela. Dice que es sexo en primera persona. Mi sexo. Dice que la fidelidad es antinatural. Qué provocadora es la jodida: su marido es crítico taurino. Y no es una gracia fácil.

miércoles, 9 de enero de 2008

Los pubs irlandeses, también llamados irlandeses

“Vamos al irlandés que hay al lado de no sé dónde”. Esta tenebrosa frase suele ser el preludio de una noche trágico, soporífera, sin emociones. Cuando alguien me propone ese plan tan aberrante siempre tengo ganas de contestar: “Eso, guau, y nos tomamos....una Guinessssssssss” (como diría Garfield, no palpites tanto, corazón mío).
La gente que va a los irlandeses es de muchos tipos, pero, sin temor a equivocarme, diría que el 90 o 95% de los que van habitualmente lo venden como irse de marcha o de copas o irse de fiesta. Hay que joderse.

Mis únicos buenos recuerdos de estos bares datan de final del siglo pasado, cuando iba a darme cuatro magreos prevaliéndome de la oscuridad y el anonimato feroz de esos locales. Cuantos más años pasan, más los odio. A priori, diría yo, que un irlandés tiene estas ventajas: suelen ser grandes y espaciosos, así que si va mucha gente cabe, tienen muchas pantallas y suelen dar fútbol, así que si quieres verte un Derby County- Quenn’s Park Rangers puedes....están llenos de rubias blancuchas, así que si quieres arrimar cebolleta.....Pero el caso es que siempre que me endosan este plan, ni voy a ver el fútbol, ni voy con mucha gente, ni me divierto, y de lo otro ni hablamos, que voy con la consorte. Entonces es cuando me fijo en que para pedir las cosas hay que pedirlas en inglés (¿??), que los precios deben incluir el cambio a libras, que están llenos de gente que no se lo pasa bien y que encima, no está bien que mires el fútbol, sino que tienes que asentir interesadísimo a tus acompañantes, porque se entiende que a un irlandés se va a hablar. Tomarse unas copas facilita las cosas, porque notas cómo la cabeza se relaja, los asentimientos te salen casi sin pensarlo y se te mueve el pie solo con el Wonderwall de Oasis. Hasta que llega la hora de pagar, y maldices en silencio aquella quedada y extiendes aparentemente impertérrito uno de los gordos mientras planeas dónde queda el bar más cercano en que puedas emborracharte más rápido y barato. Mientras, la responsable de la enésima quedada en Moore’s o Green’s o Sam’s te señala con ilusión una réplica de una cafetera irlandesa de los años cincuenta, que tienen en un cuadro justo al ladito de las rubias a las que estarías entrando de estar en otra Liga.....Dios Santo, franquicias del tedio, bares sin alma...Aparten de mí este cáliz, voy pensando, mientras entro en el siguiente bar, olisqueando ya el aroma de colonia con coca cola

Y mientras sigo bebiendo, continúo mi monólogo interior acerca de los irlandeses. Un irlandés en Parla, en Albacete. Joder, si tantas ganas tienen de ir a Irlanda, ¿por qué cojones no se ahorran los ocho euros semanales de la copa con irish cola y se compran un vuelo barato y se toman al mismo precio una copa (con medidor, eso sí) en el centro de Dublín y no en la calle Londres de Torrejón? Seguro que los mismos que se toman irish cola en el Cooke’s de huertas cuando se van de viaje a Praga lo primero que hacen es buscar el bar Pepe, regentado por Pepe, natural de Motril, que a los diez años se trasladó a la República Checa por una triste historia, y que sirve “Tapas españolas y tortilla auténtica” (seguramente también Pepe sirva un sucedáneo de sangría, a un precio probablemente sangrante). Pensándolo fríamente, podría darse la paradoja de que los mismos que se toman las copas en el bar irlandés de la calle Londres de Torrejón también se tomen las copas en Londres en el bar Torrejón. El mundo al revés, suelo pensar cuando llego a casa.

Friends

Serie norteamericana de los años noventa acerca de un grupo de treintañeros con el síndrome de Peter Pan. La serie contaba con una sintonia de The Rembrandts, un grupo rabudo y aburridísimo de power pop, el clásico one hit wonder que, sin embargo, se benefició del éxito que tuvo la serie para vender muchos the best of en los que se incluía la inevitable leyenda de “incluye la sintonia de la serie Friends”.

En cuanto a la serie, muy en la tradición de las comedias de enredos, narra la historia de seis pijos neoyorkinos y buenrrollistas abrumados por obligaciones tan aberrantes como el amigo invisible, cambiar de novia, contestar un mensaje de texto o mandar un Chirstmas navideño, en suma, una vida llena de quehaceres agobiantes y continuas tribulaciones. Además, al parecer estos chicos nunca pagan el alquiler o suponemos que habrán recibido algún tipo de subvención o dádiva de la ciudad de Nueva York, pues el único que arrima un poco el hombro es el que hace de paleontólogo, mientras que los otros cinco se dedican o a chupar del frasco o a esperar los intereses de la cuenta que les abrió su madre como regalo de comunión.

La serie como tal se basa en la clásica estructura de estereotipos, que consiste en asignar roles a cada uno de los personajes, para que cada tipo de espectador pueda identificarse con alguno, a saber: el guapo que es subnormal profundo, el no tan guapo pero que es más listo, el que no es ni tan guapo ni tan listo pero que es medianamente guapo y listo, la que es muy guapa pero inaguantable, la que no es tan guapa pero es muy “rica”, la que no es ni guapa ni “rica” pero es tan ingenua que en realidad es casi tan “rica” como la que es “rica” aunque no sea tan guapa como la que es tan guapa...

Es decir, los personajes tienen sus puntos fuertes y débiles, y en conjunto todo funciona porque la personalidad de uno tiene su contrapunto en la del otro, y por otro lado, todo se basa en el ultrarrealismo de “anda, a mí eso también me pasó un día” (denominémoslo “realismo deja vu”). Sin embargo, todo tiene sus particularidades: los tíos, por el hecho de ser neoyorkinos, no están tan salidos ni son tan groseros como en el resto de las series donde salen tíos haciendo el papel de tíos, y las tías, aunque un poco lerdas, no se abren de piernas tan a la ligera o si lo hacen luego lo explican tan bien que cualquiera las dice algo (además, todos son muy comprensivos y no se hacen bromitas, ya se sabe, van de adultos) . Todos son un poquito progres pero viven de alquiler en un piso enorme y bien decorado: ni rastro de calendarios sexistas, fotos de coches de carreras o futbolistas en pleno escorzo, todo es más refinado y glamouroso, aunque a fuerza de ser sinceros, lo único que se ve bien de la casa es el salón, lugar donde se dan regalos y planean un sinfín de aventuras treintañeras: fiestas sorpresa, citas a ciegas, ensayos para la enésima entrevista de trabajo sin frutos o cenas que por supuesto preparan los hombres.

La serie tuvo una gran difusión en Estados Unidos y en casi toda Europa, y al parecer los guiones los creó el típico cerebrito con cara de alelado pero conocedor del vacío tan grande que dejó Melrose Place para los que los veintinueve no los cumplen. El argumento es sencillo (un grupo de forraos que comparten piso y preocupaciones chorras) pero al parecer a la gente los guiones les resultaban desternillantes. Para mí, la serie tenía un tufillo a Médico de familia pero con vocación generacional, eso si, igual de políticamente correcta que las aventuras del doctor Nachete.

Por eso, igual vale para un roto que para un descosido, vamos, que igual te la ponen en inglés en las clases del colegio que te la endosa una amiga cuando la vas a visitar a su casa porque la duelen las cervicales, o si la tienes puesta y vienen tus padres la siguen sin torcer mucho el morro ni mirarte de reojo para ver cómo reaccionas ante los comentarios picantes (si los hubiere).. Friends representa a la otra Norteamérica, la que se ve con buenos ojos en España, la que es tan civilizada y tan neoyorkina y tan guapa que casi casi a nadie se le ocurriría pensar que son norteamericanos, vamos, seguro que ninguno de ellos sabe cómo usar una pistola y si fuesen españoles se pondrían un pin de no a la guerra. O igual no. Igual ni llegaban a eso. No se significarían tanto....Por no molestar, claro.