viernes, 22 de febrero de 2008

CRÓNICAS BEODAS: UN PAÍS EN LA PETACA


Dice la Real Academia Española de la Lengua que beber es “hacer por vicio uso frecuente de bebidas alcohólicas”. Por vicio, dicen, y es cierto. Pero también nos emborrachamos por ostentación. Ostentación verbal, primero, y es que hay una profusión tal de nombres para designar las borracheras o el beber (soplar, trincar, darle al frasco, al alpiste, ir mamado, agarrarse un tablonazo, una tajada, una tostada, un pedo, una cogorza, una melopea, una merluza, ir cocido....) que se nos queda chico el diccionario. Continuamente surgen nombres que sustituyen a los más trasnochados: de destilado a cubalibre, de cubalibre a cubata, de cubata a chisme, cacharro, alpiste...un no parar. Pero la ostentación verbal se torna en elocuencia, en magnificación, cuando se trata de narrar alguna hazaña etílica. Ningún detalle pasa inadvertido. La borrachera más tontorrona se convierte en leyenda, y al contarla muchas veces y de forma rimbombante surge la epopeya.

A veces la frase “me emborraché” equivale a me lo he pasado bien. De hecho, me cogí solo el puntillo sería como me lo pasé bien pero no me corrí. La cosa sería así: “¿Bueno, ayer qué tal?” “Bueno......(silencio muy largo)........Ayer....¡ una borrachera!” (resoplido y gesto grave, movimiento de manos). O sea, que muy bien. Solo el puntillo es un “oye, mejor que nada....”.

La ostentación espirituosa llevada al extremo es el orgullo local. “Mira tío, tú no sabes cómo beben los segovianos”....”Prepárate si vas a mi pueblo....tú ni te imaginas lo que se puede llegar a beber allí....”. Te lo cuentan con cara de compungidos, pero bien orgullosos que están. Cuanto más serios te lo cuenten, más beben allí.

Y es que el alcohol está muy ligado a la cultura popular. Así las cosas, se puede decir que tomarse unas cañas es algo pop, o folk, en realidad, como lo pueda ser el flamenco o los bailes regionales. El español medio entiende de carajillo, caña, vermouth, licor después de la comida y copichuelas como quien dice mañana, mediodía, tarde y noche.

Las borracheras molan como actos aislados, pero que no te encasillen de borrachín o borrachuzo. El primero tiene cara de husmia, bebe muy seguido pero en sorbos cortitos, se emborracha rápido y pronto se le notan los síntomas: naricilla roja, se le empañan las gafas, se enrojecen los ojos, el aliento hiede, la sangre hierve y el dinero fluye entre temblores y balbuceos pidiendo otra. El borrachuzo es el profesional de la borrachera, amo y guardián del alcohol, patrón de los borrachines. Es la gama alta del borrachín y la baja del que se coge muchas borracheras. Está mal visto y se le pone el despectivo sufijo “uzo” porque es astuto como un zorro cirrótico, se le acartonan las manos a la hora de pagar y tiene mucha más prestancia que el borrachín, mil veces. “Anda, paga tú, bobo”. Y el pobre husmia tiene que aflojar y lo hace sin rechistar. Es el putero, no el que se va de putas. Bien sabe los sabores y sinsabores de las tabernas, está curtido en mil batallas alcohólicas, es un alcohólico de nómina. Y la declaración le sale a devolver.

Por profesiones, abogados, médicos y periodistas suelen ser los más alcohólicos. No conozco las borracheras de médicos y periodistas, pero mucho se podría hablar de las de los abogados. Los abogados se suelen atizar de lo lindo mientras le dan al coco a algún pasaje particularmente sucinto o intrincado del Código de Comercio, y todo ello en compañía del cliente, al que dan palmaditas en plan jetilla: “Desde luego, Señor González, pelearemos este caso hasta sus últimas consecuencias” (sorbazo al gin tonic, golpe solemne en la barra y gesto con la cabeza al camarero para que ponga otros dos). Cuando llega el brebaje, prosigue la alocución: “lo que le digo, señor González, está complicado (sorbazo) pero no dude que por lo que a mí respecta....” en ocasiones acompañada de algún guiño de ojo cómplice. Es una borrachera muy digna y muy profesional, sí señor.

No podrían cerrarse estas crónicas beodas sin hacer mención a su mejor exponente: las fiestas populares. En efecto, el verano, y su consecuente rural, sus fiestas, son un periodo prolífico y generoso de sublimación a Baco. Interesante es la borrachera del lugareño el día de la fiesta, pues se emborracha como quien saca de paseo al santo o baila en la romería el día de la Virgen. En efecto, su borrachera tiene algo de místico, de religioso, un ritual casi litúrgico, sagrado pese a ser todo tan pagano. Los viejos mamados el día de la fiesta no son más que la procesión de los que honran al santo, y a su pueblo, qué cojones. Si no me emborracho yo el día de la fiesta....¿quién lo va a hacer? Mártires, qué duda cabe. Y con una disciplina espartana. Otro capítulo muy pintoresco de estas fiestas son las peñas de los padres. En mi pueblo, de las más afamadas era la Peña el Rastrojo. Podría reproducir casi exactamente la decoración: en la puerta de madera, un cartel de la peña, con fotos de la alegre comitiva cuarentona, y dentro, calendarios de Sabrina y del equipo de fútbol del pueblo en la temporada 80-81, cuyos miembros portaban un inconmensurable y pujante bigote ochentero, y a juzgar por lo que se atisbaba en esos raquíticos pantalones ceñidos, la pujanza no se ceñía solo a los bigotes. Al lado, una colección de carteles con las orquestas que venían a tocar al pueblo, de las que destacaría dos: California 2000 (nombre doblemente sugerente) y Sócrates (nunca supe a ciencia cierta si el nombre de la orquesta se debía al filósofo o al futbolista brasileño, pero cuando años después surgió el incalificable dúo Platón, me incliné a pensar en el griego). Al grano: si ibas a primera hora, la peña de los llamados “padres” todavía articulaba palabra y te servían una limonadita, pero solo una que se te sube a la cabeza, decían los mamones, mientras se atizaban y empezaban a perder la compostura. Cuando horas después ibas para rematar la cogorza, te los encontrabas en pleno trenecito, en éxtasis dionisíaco y orgiástico, honrando también al santo. En sus propias palabras, se ponían un poco piripis el día de la fiesta.
Folklore, tradición, liturgia....¡Viva San Roque!

miércoles, 20 de febrero de 2008

Nuria Roca: la gallina blanca


Sería un salvapantallas perfecto, algo estrábico, como una cascada maravillosa en la selva amazónica, un mar proceloso, un equipo celebrando un gol, un salto con pirueta en paracaídas. Nuria Roca (Valencia, 1972) es poco más que eso, un fondo agradable, un chill out que no molesta a nadie, una cinta con gotitas de agua para relajarse y planchar bien la oreja (para mi sorpresa, en su página web te ofrecen la posibilidad de ponerla de imagen de escritorio). Vamos, que no debería importarme nada, pero yo la odio.

Con los personajes camaleónicos, una de dos: o grandes genios, o grandes farsantes. La buena de Nuria de genio no tiene ni la lámpara, la pobre, y de farsante tiene un rato. Es la impostura, la tomadura de pelo, la auténtica mentira hecha morena y con cara de no romper ni un plato. La primera referencia que tuve de ella fue una carta al director en algún suplemento semanal de tele, alguna variedad de Teleindiscreta noventero que te regalaban con el periódico de los viernes y que incluía una fatídica sección de opinión de los lectores, un vomitivo cajón de sastre donde igual encontrabas alguna carta de la presidenta del club de fans de María Teresa Campos, quejas de los acérrimos de Médico de Familia muy afectados por el cambio de horario o algún comentario poco atinado de los desencantados con Qué me dices, siendo en general, el público escritor, mayoritariamente jubilados (si no, quién se movilizaría tanto como para escribir una misiva con semejantes memeces). Pues eso, que debió ser un jubilado verderón, un aprendiz de poeta en el otoño invierno de su creatividad y entre curso y curso de trabajos manuales el que mandó una carta muy sentida y que me puso los pelos como escarpias contando las innumerables virtudes de la Roca, a saber: que era guapa, con los ojos bonitos, una sonrisa cautivadora y también creo que muy simpática. Al parecer también destacaba la carta que se trataba de una chica muy prudente. Y limpita, me imagino.

Por entonces la Nuri ya ejercía de fondo de pantallas. Quedaba de miedo su cara junto a los osos panda y las tortugas y los chimpancés menos pajilleros. Era tan entrañable todo que daban ganas de llorar porque sí. Todo eran ventajas, y en el hogar del español medio, se producían conversaciones de este pelaje: (Madre): “No es fea esta chica” (concesiva, aunque le cueste reconocerlo). (Padre): “No, es maja, y además es muy simpática” (babeando en el sillón e intentando que no se note, que los domingos siempre toca pelea, de la verbal y de la carnal). (El niño se ríe y piensa: “pero si está mucho más buena que mamá, y papá lo sabe de sobra”). A partir de esta vertiginosa irrupción en la familia española, nuestra amiga se hizo muy popular en los ambientes opusianos, y pronto colaboró con Emilio Aragón para hacer de amiga estrecha pero de buen corazón que te echa la bronca si a tu primo gay le llamas el primo maricón pero que luego no te deja que la toques ni las palmas de las manos (que no me toques las palmas que me conozco). Pues eso, hacía el típico papel de mujer en las series de Emilio Aragón: soporífera, políticamente correcta, sensible, maternal, liberal en el sentido de que no hace calceta, simpaticota y un poco locuela (déjala sola cuando se va “de marcha” con los de su trabajo) y vamos, calentando a todo bicho viviente pero en particular al bueno de Emilín, que por esa época se despeinó un poco y se quitó la camisa a cuadros y se puso una camiseta de equipos nacionales y un poco más y recupera las bambas que llevaba en la época de Vip Guay (tal era la visión siniestra que tenía de la juventud el pequeño de los Aragón). Pues eso, que había una tensión sexual entre el uno y la otra que ríete tú de Luz de Luna con la Cybill Sepherd y Bruce Willis.

Acabada esa serie, la David Bowie del Turia consideró que ya valía de baladas y que a ella, que era una tía muy heavy, lo que le molaba era el rock duro. Entonces fue al programa de Fuentes, el sempiterno aprendiz de Springsteen y por entonces limpia imágenes de cualquier famoso con fama de sosete o de pijo, y se metió en antena como un elefante en una cacharrería, vamos, en plan tenéis una opinión muy equivocada de mí, oye que yo fumo muchos porros y juajuajua risas mil (vamos, seguro que su segundo apellido es “de Costo”), que a los quince años me escapé de casa (se rumorea que reestrenaban Bambi) y que a mí nadie me tiene que decir con quién me acuesto, que por cierto, siempre es con el mismo, con mi marido. Jo tía qué fuerte.

Así que los de Cuatro se frotaron las manos. A esta la ponemos un pin de no a la guerra en menos que canta un gallo. Desde entonces, se especializó en tele basura en canales primordialmente progres: ya no le faltó curro al angelito. Como buena contertulia, igual te habla del clima en las Barbados que de la inflación que de la lista de la compra. Menuda es la Nuri. Y luego daba saltitos y se contoneaba y hacía bailes prohibidos según me han contado. De factor X a factor X: ahora ha escrito un libro sobre sexo (visto lo visto, me espero una Gramática Española prologada por Belén Esteban). Yo no me lo pierdo. Ella lo define como “muy atrevido”. Si son unas memorias encubiertas, vaya tela. Dice que es sexo en primera persona. Mi sexo. Dice que la fidelidad es antinatural. Qué provocadora es la jodida: su marido es crítico taurino. Y no es una gracia fácil.