miércoles, 19 de marzo de 2008

LISTA DE BODAS



No quería hacer esto....He intentado con todas mis fuerzas no caer en el síndrome de monologuista del club de la comedia, en plan hoy toca el verano, hoy tocan las bodas, hoy toca el cine. Pero no he podido evitarlo. Será la falta de talento o de ideas, o que solo me apetece escribir sobre determinadas cosas que me motiven. Como las boas.

Pasado abril, la probabilidad de que te casquen una boa sube considerablemente. Por mi poca experiencia en bodas, mejor cuanta más caspa haya. Todas aquellas bodas que tengan un cierto buen gusto, que no huelan a pachulí y a lamparones y a pasillos rojos y mesas presidenciales están condenadas al fracaso. El español quiere liga, espadón y vivan los novios y los padrinos. Cualquier conato de poner música elegante o no vociferar o no invitar hasta al sargento chusquero compañero de mili de tu padre irá, irremediablemente, directo al fracaso más absoluto y al tedio y al sopor y al bostezo educado, disimulado con la mano y la corbata. Queremos caspa.

En principio, todo empieza con la invitación. Yo soy muy fan de las que llevan corazones entrelazados y sangrantes, una historia de amor y delirio bendecida por Cupido. Y un nos casamos gigantesco, a modo de titular, todo ello con caracteres de imprenta y producción en serie. Ver las invitaciones y decir qué bonito es todo uno. Así te aprendes la lección: durante todo el proceso de gestación de la boda y en la boda misma, tienes que decir que todo es muy bonito. “¿Qué te ha parecido....?” “Muy bonito”. Es una especie de ritual, se entiende. Si dijeras que no te gusta algo, se interrumpiría todo. Es el santo y seña de la boda. Te permite entrar en la iglesia, en los salones de la boda, en la barra libre. Por eso siempre digo eso, sin rechistar. Estaba en lo de las invitaciones. Pues eso, que me chiflan las horteradas, aquellas invitaciones en las que prima el horror vacui y se declara a todo el mundo que allí hay un amor sin tapujos. Luego hay, como siempre, otras más discretitas, e incluso algunas pequeñas incursiones experimentales con ciertas pretensiones pictóricas, que en el mejor de los casos provocan algunas bromitas entre los invitados. Pero mi preferida, sin duda, es la de la boda del primo de un amigo. El tío era muy rockero, heavy para más inri, y en mi opinión un genio. Imitando las inefables estampas de los grupos de heavy melódicos de todos los tiempos, chico y chica posaban de espaldas y entre las sombras luciendo una generosa melena y hombro contra hombro. Una tipografía que imitaba la de la revista Rolling Stone, y a modo de titular el se casan con sus nombres. La invitación incluía numerosas referencias rockeras, y acababa con un insuperable “absténgase alérgicos al rock”.

Como el día de la boda se supone que es un día especial, todo el mundo quiere hacer cosas especiales (ir a misa, ponerse trajes....). Sin embargo, lo que más les gusta es, en sus palabras, una ceremonia “bonita”. Obviando la aberración de qué consideran ellos bonito en una ceremonia, me centraré en un momento culminante: las lecturas. Dado que el ochenta por ciento de los contrayentes el último libro que leyeron fue el de lectura obligatoria de COU, en su caso, la elección de un pasaje muy emotivo para la lectura es cosa siempre del amigo gafapasta. Este, al que los contrayentes consideran normalmente y siendo benévolos extravagante, hace una labor de documentación digna de tesis doctoral y que normalmente vale para poco: al final la gente escucha los poemas en la iglesia como quien ve llover, y como mucho le preguntan que de quién son esos ripios tan floridos. Pero si no lees nunca, ¿por qué tanto interés en que tu boda se convierta en la tertulia del Café Gijón? ¡Qué ilusión les hace a los tíos! En la iglesia y todo, les debe sonar a gloria bendita. Además, si tienes suerte y has pagado unas perras extras, el Papá de Roma tiene unas bonitas palabras de felicitación. La única vez que vi esto fue emotivo: el cura, muy ceremonioso él, como quien se guarda un as en la manga, nos dijo que había un comunicado de última hora o algo así que nos pasaba a leer: algunos, como era domingo, pensamos que iba a dar los resultados y la clasificación de primera, el tío, pero nanay, enseguida nos dijo que el Papa en persona (hubo exclamaciones y todo, un “alaaaa” general, y no es broma) bendecía esta boda en particular, supongo, porque conocería especialmente a los contrayentes. Así que no me extraña que no se hayan divorciado todavía.

Lo bueno de la boda es que de ahí sale un matrimonio. Es casi perverso el uso que hace el español de este término, de ahí que una frase muy común sea que “hemos quedado a comer con otros matrimonios”. Han quedado, al parecer, con otras instituciones matrimoniales amigas.

De la iglesia te llevan a unos salones versallescos y aterciopelados donde se come y se bebe sin atisbo de moderación, unas bodas de Caná reloaded entre mucho dorado y repujado y lamparones que harían las delicias de Luis XIV. No menos barroco es el look de la madrina, generalmente un pavo real especialmente policromado y que, de ser de avanzada edad, queda de miedo con el mobiliario. Qué buen gusto, dices, mientras te pimplas unos vinos analgésicos y echas un vistazo de soslayo al percal femenino. En tema de salones, entre insólito y grotesco fue el caso que me contó mi chavala. Al parecer, de pequeña, escuchaba por la radio un anuncio que rezaba: (o ella lo entendía así) “Mujer, tu boda, el momento más importante de tu vida con la elegancia y distinción de Lady Legance” (ella lo traducía como mujer elegante, o algo así).
Claro, de pequeña fantaseaba con unos salones exquisitos y privados, un ambiente de primera en algún lugar recoleto de la sierra madrileña hasta que descubrió la verdad: “Lady Legane’s”. Agüita, Lady Legane’s’. Probablemente, esos salones maravillosos estarán enclavados en la calle Las Vegas de Leganés, en pleno centro histórico, y a un paso del Moore's. Se puede ir a pie desde la iglesia para tomar unas pintas mientras los novios se hacen las fotos.

Acabada la comida, los felices novios se van de tournée. Van mesa a mesa para pedirte el santo y seña: muy bien todo, si, fenomenal. Y les sueltas la mosca. Desde hace rato, hay un bullicio, un runrún en las mesas en las que solo se escucha la palabra sobre. Don Sobre. El sobre es un eufemismo chungo, innecesario, casi sería mejor que dijeras toma el dinero, tío, y no toma el sobre, pues a estas alturas todos sabemos que es un título valor, el sobre, y que le endosas una letra de cambio a cambio, valga la redundancia, de que te den de comer y beber. Meses después el eufemismo se volverá gigante, desagradable incluso, cuando les pregunten a los casados que para cuándo los niños:
“Lo estamos intentando”. Siempre me han dado ganas de preguntar, entonces, si lo intentan mucho o poco, cómo lo intentan, cuántas ganas tiene ella de intentarlo o si lo intentan ahora más que antes. ¿Es posible ser más gráfico (o pornográfico) que responder eso? En fin, que les sueltas “el sobre” y te lo cogen con desgana, con una calculada mezcla de desidia, agradecimiento, soberbia y desprecio. Nunca lo echan un vistazo. Siempre dan ganas de meter dentro, pues tan poco les importa el contenido, algunas rimas sandungueras.

La barra libre. Cuando empieza, la cola de trajeados llega hasta el baño de señoras, y el más risueño del grupo no vacila en decir que a esta invito yo. Este será, sin temor a equivocarme, el chascarrillo más repetido en toda barra libre, tan repetido como el hasta el año que viene antes de ir a cenar en Nochevieja o el no curres mucho cuando te llaman al trabajo o el buen fin de semana los viernes al salir del trabajo: es una rutina que significa que ya tenemos todas las bendiciones para darle al alpiste y que ya estamos tardando. Por otro lado, el que haya barra libre evita un momento particularmente enojoso para la gente mayor: el del pago. Gente adulta: dícese de aquellas personas que se pelean por ser el que paga, o al menos el que más veces dice que paga. -Venga, que pago yo” “Hombre Paco, no fastidies....” (menuda molestia, que te paguen los pelotazos...) “Que no, que he dicho que pago yo” (buscando complicidad en su mujer, que asiente y dice que anda claro”. Esto puede durar varios minutos, como las despedidas después de una visita particularmente aburrida. Se habla más al irse que en el durante. En la barra libre se otorga el título imaginario y honorífico de borracho de boda. Si hay varios con la corbata y el cubata en la cabeza, la mayoría se decanta por el que pone más interés en bailar Chiquilla. A igualdad de méritos, prima esto. O la antigüedad, si hay empate a todo. También hay otras categorías, pero no quiero que me llamen machista.


Con la barra libre, el martirio del baile se hace más liviano para todos. Hay una relación directa entre lo fea que es una chica y el daño que le hace los tacones. A más fealdad, más daño. Tranquilas las guapas: también a muchas guapas les hacen daño los zapatos de tacón, pero es que absolutamente todas las feas tienen unos dolores tremendos cada vez que se ponen los tacones. Es como si no estuvieran destinadas a ir vestidas con tantas alharacas, una especie de guiño maligno de la Providencia.

La indulgencia y la benevolencia no son dos cosas que puedas ejercitar mientras escuchas a King Africa, así que retomas mentalmente el tema de las ceremonias bonitas y las lecturas en la iglesia (y eso que aún no he sido nunca el amigo gafapasta que elige lectura). Si quieren ceremonias bonitas, que nos disfracen a todos de romanos y nos lleven a una cripta paleocristiana. O simplemente que se busquen a un cura preconciliar que nos haga la ceremonia en latín y así nadie se entera de nada pero bien bonito que es. Y por el mismo precio.