martes, 18 de noviembre de 2008

Canal Nostalgia


Eran las ocho en punto y había quedado a las ocho y media. Faltaba media hora, o sobraba, porque el lugar de la cita no estaba lejos. Así que me dirigía hacia allí despacio, caminando ociosamente y recreándome en la estampa vulgar que deparan los edificios comunes, iguales, casi en serie, que el ladrillo y los años sesenta nos dejaron en el Paseo de Zorrilla. Ni rastro de humanidad arquitectónica. Así que me asomaba a escaparates, portales o tiendas de golosinas. Hasta que me encontré con algo que me hizo parar en seco, y decirme que, la verdad, no había motivo para no entrar. Se trataba de una de esas galerías comerciales de los años setenta, casi ochenta, donde de pequeño solía perder el tiempo con mi amigo R, donde pasábamos la mañana del domingo entre chascarrillos y risas y suplementos de prensa. Había muchas tiendas de ropa, zapaterías y marroquinería, pero lo que sí recuerdo bien son dos cosas: el videoclub, con el póster de Platoon y La mosca y Nueve semanas y media, y el kiosko, donde cumplíamos nuestra única obligación dominical: traer el periódico, mientras la radio atronaba y tenías que hacer cola y se te colaban todos porque eras pequeño y empezabas a hacer el tonto y nunca te ponías del todo en la fila. No me gustaba nada ese kiosko. Los caramelos y los álbumes y los ejércitos de prusianos me los compraba en otro.

Por entonces yo no sabía nada de la tienda de discos, porque estaría cerrada, seguro, los domingos, y porque también era demasiado pequeño para tener conciencia musical. Años más tarde fui por allí otra vez, y ahí la encontré, en el piso de abajo. Fui con mi amigo V., devorador compulsivo de rock and roll y devoto de la tienda. Charly Blues era pequeña, familiar, los clientes se conocían, y el tío ponía su música (rock and roll, blues, soul....), tocaba él a veces, era realmente su negocio, vamos, que hacía lo que le daba la gana. Me compré algunos discos, pósteres, curiosidades (“esta tienda ya es un bazar raro”, le oí una vez al dueño, al verme entusiasmado con la carátula de Playboy en paro). Algún año después compartí piso con P, melómano empedernido, rockero impenitente, pero sin duda rockero de buen corazón, enciclopedia musical y asiduo, lógicamente, a Charly Blues. En su ordenador, en la carpeta imágenes, unas letras amarillas enormes, como si fuera un letrero, rezaban “Charly Blues”. Nunca le pregunté si hizo el logotipo de la tienda (él es informático) o simplemente, al diseñar algo, le vino a la cabeza el nombre de la tienda, como texto.
Por todo eso entré en estas galerías ochenteras. Era lunes y eran las ocho de la tarde, no esperaba gran afluencia, pero tampoco el desolador paisaje que encontré. Un pasillo enorme lleno de tiendas con letreros de “Se traspasa”, escaparates polvorientos, medio rotos, un espacio enormemente vacío y deprimente. Al estar en medio del Paseo Zorrilla no podía parecer un pasadizo secreto, pero el aire de gruta del terror sí lo tenía. Me alegré de encontrar una boutique rancia y una mercería, pero me entró cierto desasosiego al caminar entre escombros comerciales y detritos textiles. Ni un alma. Había dos tiendas abiertas, pero nada más que eso parecía indicar que la galería siguiese siendo lo que era, o al menos, comercial. Sorprendentemente, habían dado unas capas de pintura nueva, casi reciente, de color chillón, feo pero altivo, verde o azul intenso, en un esfuerzo postrero y sin duda inútil de remozar al abuelo cebolleta. Lo cierto es que me entró una pena terrible al ver qué quedaba de todo aquello, mi recuerdo de cuando era pequeño era de mucha gente con bolsas, mucho trajín, cierta actividad. Ahora estaba convertido en unos sótanos lúgubres, mortuorios, por mucho que se quitasen el luto y se fueran al hogar del pensionista a echarse unos bailes. Me entró un poco de miedo, porque no había ni Dios y se oían algunos pasos al fondo. Creo hasta que era Halloween... Pero movido por alguna fuerza extraña, en vez de marcharme por donde había venido, me armé de valor y bajé por la escalera recientemente pintada, con una capa gruesa y tosca y fea de Botox remedia todo. Y allí abajo, el milagro. En medio de la nada, de la oscuridad inquietante del sótano misérrimo, con las paredes desgastadas y plomizas, de repente, escuché algo de música contenida, como tapada por algo, aun así, inconfundible: un blues. Tardé un poco en reaccionar, pues ya no esperaba encontrar nada habitado en esta planta de abajo. Eché un vistazo y al fin lo vi, había un puerta de donde parecía provenir la música. Allí estaba yo parado, atontado, contemplando la puerta de Charly Blues. La puerta estaba cerrada, pero dentro había luz, de eso estoy seguro, y la música puesta. Quise entrar, llamar a la puerta y decir que venía de parte de mi amigo P, que me alegraba de que todo siguiese en su sitio. No sé porqué no lo hice. Digamos que lo hago ahora...

viernes, 7 de noviembre de 2008

El portero siempre llama dos veces


A pesar del nombre, Busi no era un peluche, ni un muñequito con luces verdosas ni nada por el estilo. Era portero del Barsa, o guardameta, o cancerbero, dándole épica al asunto, y echándole imaginación, y jeta, desde luego. Mi primer contacto con el bueno de Carlos fue una entrevista de García, podríamos estar hablando del año 93 o algo así, en la que mi adorado pequeñarra refería un terrible suceso, algo así como un partido navideño por la Amistad o la Coalición de Culturas o la Juventud o recurrente memez semejante en el que los juveniles del Barsa se enfrentaban a un combinado descafeinado en un pabellón de fútbol sala del extrarradio. García se hizo eco de tan pobre acontecimiento deportivo por algo lógicamente extradeportivo, y es que un imberbe Busi, aún más Carlos que Carles, y mucho más Busi que Busquets, compareció un tanto afectado, y no nos referimos a su natural afectación o pose, esa que tantos disgustos dio al barcelonismo, sino a que apareció borracho como una cuba y terminó el encuentro encarándose con varios aficionados que lo increpaban, mientras se tocaba los genitales y los desafiaba en pleno pabellón de la Paz y la Amistad de Cornellá. Examen de conciencia, contrición y posterior absolución butanera, dos Aves Marías y al primer equipo. Y qué penitencia. Diez años más o menos. Pero hijo, si vas a jugar al menos vístete de corto. Pero lo peor no es que jugase con chándal, no, es cómo le quedaba el chándal. Transmitía la misma sensación de profesionalidad que mi hermano con el chándal rojo de la marca Johan Cruyff’s (basado en un hecho real). Para entonces era más Busquets que Busi, porque los sufridos culés ya le dedicaban pocos apodos cariñosos (en mi casa, de cabrón para arriba). Era como ese grupo que te dicen que es bueno y te lo crees, pero...te parecen horrorosos. Joder, algo tendrán, igual los he escuchado poco.....Voy a darles otra oportunidad....Pues con este igual. Y hasta estabas deseando decir que hacía buen partido, cuando despejaba con un certero puntapié (por entonces se decía que era muy bueno con el manejo de los pies, lo que, para un portero, viene a ser el equivalente a un banquero muy solidario) o salía con acierto un par de veces (normalmente, hasta el medio del campo). Un día García, que en el fondo lo apreciaba desde aquella entrevista en que desnudó su indómito corazón chulanganero, se pasó medio partido de Champions admirando las intervenciones de, ese día sí, Busi, hasta que decidió ser Busquets y meterse con el balón en su propia portería, tras un centro sin aparente peligro. Han pasado menos de quince años de estas cosas, y ahora su hijo triunfa en el primer equipo del Barsa. Valdano dijo una vez, tras quitarle dos Ligas al Madrid como entrenador del Tenerife, que le devolvería al Madrid todo lo que le había quitado como entrenador (evidentemente, si de Ligas no hablaba, de dinero menos). Pues el bueno de Carles (hoy ya es Carles, sin discusión) ha decidido devolver al Barsa como padre todo lo que le quitó como jugador. [1]


[1] Nota del autor: El autor siempre ha sentido debilidad por la persona de Carlos Busquets, una suerte de héroe iconoclasta de barrio, pendenciero pero de buen corazón. Agradecería que algún comentario me aclarase la posible relación que pudiera tener nuestro guardameta con el material de papelería Busquets, algo que, por otra parte, me ha obsesionado bastante desde ya una tierna edad. Gracias