
Dice la Real Academia Española de la Lengua que beber es “hacer por vicio uso frecuente de bebidas alcohólicas”. Por vicio, dicen, y es cierto. Pero también nos emborrachamos por ostentación. Ostentación verbal, primero, y es que hay una profusión tal de nombres para designar las borracheras o el beber (soplar, trincar, darle al frasco, al alpiste, ir mamado, agarrarse un tablonazo, una tajada, una tostada, un pedo, una cogorza, una melopea, una merluza, ir cocido....) que se nos queda chico el diccionario. Continuamente surgen nombres que sustituyen a los más trasnochados: de destilado a cubalibre, de cubalibre a cubata, de cubata a chisme, cacharro, alpiste...un no parar. Pero la ostentación verbal se torna en elocuencia, en magnificación, cuando se trata de narrar alguna hazaña etílica. Ningún detalle pasa inadvertido. La borrachera más tontorrona se convierte en leyenda, y al contarla muchas veces y de forma rimbombante surge la epopeya.
A veces la frase “me emborraché” equivale a me lo he pasado bien. De hecho, me cogí solo el puntillo sería como me lo pasé bien pero no me corrí. La cosa sería así: “¿Bueno, ayer qué tal?” “Bueno......(silencio muy largo)........Ayer....¡ una borrachera!” (resoplido y gesto grave, movimiento de manos). O sea, que muy bien. Solo el puntillo es un “oye, mejor que nada....”.
La ostentación espirituosa llevada al extremo es el orgullo local. “Mira tío, tú no sabes cómo beben los segovianos”....”Prepárate si vas a mi pueblo....tú ni te imaginas lo que se puede llegar a beber allí....”. Te lo cuentan con cara de compungidos, pero bien orgullosos que están. Cuanto más serios te lo cuenten, más beben allí.
Y es que el alcohol está muy ligado a la cultura popular. Así las cosas, se puede decir que tomarse unas cañas es algo pop, o folk, en realidad, como lo pueda ser el flamenco o los bailes regionales. El español medio entiende de carajillo, caña, vermouth, licor después de la comida y copichuelas como quien dice mañana, mediodía, tarde y noche.
Las borracheras molan como actos aislados, pero que no te encasillen de borrachín o borrachuzo. El primero tiene cara de husmia, bebe muy seguido pero en sorbos cortitos, se emborracha rápido y pronto se le notan los síntomas: naricilla roja, se le empañan las gafas, se enrojecen los ojos, el aliento hiede, la sangre hierve y el dinero fluye entre temblores y balbuceos pidiendo otra. El borrachuzo es el profesional de la borrachera, amo y guardián del alcohol, patrón de los borrachines. Es la gama alta del borrachín y la baja del que se coge muchas borracheras. Está mal visto y se le pone el despectivo sufijo “uzo” porque es astuto como un zorro cirrótico, se le acartonan las manos a la hora de pagar y tiene mucha más prestancia que el borrachín, mil veces. “Anda, paga tú, bobo”. Y el pobre husmia tiene que aflojar y lo hace sin rechistar. Es el putero, no el que se va de putas. Bien sabe los sabores y sinsabores de las tabernas, está curtido en mil batallas alcohólicas, es un alcohólico de nómina. Y la declaración le sale a devolver.
Por profesiones, abogados, médicos y periodistas suelen ser los más alcohólicos. No conozco las borracheras de médicos y periodistas, pero mucho se podría hablar de las de los abogados. Los abogados se suelen atizar de lo lindo mientras le dan al coco a algún pasaje particularmente sucinto o intrincado del Código de Comercio, y todo ello en compañía del cliente, al que dan palmaditas en plan jetilla: “Desde luego, Señor González, pelearemos este caso hasta sus últimas consecuencias” (sorbazo al gin tonic, golpe solemne en la barra y gesto con la cabeza al camarero para que ponga otros dos). Cuando llega el brebaje, prosigue la alocución: “lo que le digo, señor González, está complicado (sorbazo) pero no dude que por lo que a mí respecta....” en ocasiones acompañada de algún guiño de ojo cómplice. Es una borrachera muy digna y muy profesional, sí señor.
No podrían cerrarse estas crónicas beodas sin hacer mención a su mejor exponente: las fiestas populares. En efecto, el verano, y su consecuente rural, sus fiestas, son un periodo prolífico y generoso de sublimación a Baco. Interesante es la borrachera del lugareño el día de la fiesta, pues se emborracha como quien saca de paseo al santo o baila en la romería el día de la Virgen. En efecto, su borrachera tiene algo de místico, de religioso, un ritual casi litúrgico, sagrado pese a ser todo tan pagano. Los viejos mamados el día de la fiesta no son más que la procesión de los que honran al santo, y a su pueblo, qué cojones. Si no me emborracho yo el día de la fiesta....¿quién lo va a hacer? Mártires, qué duda cabe. Y con una disciplina espartana. Otro capítulo muy pintoresco de estas fiestas son las peñas de los padres. En mi pueblo, de las más afamadas era la Peña el Rastrojo. Podría reproducir casi exactamente la decoración: en la puerta de madera, un cartel de la peña, con fotos de la alegre comitiva cuarentona, y dentro, calendarios de Sabrina y del equipo de fútbol del pueblo en la temporada 80-81, cuyos miembros portaban un inconmensurable y pujante bigote ochentero, y a juzgar por lo que se atisbaba en esos raquíticos pantalones ceñidos, la pujanza no se ceñía solo a los bigotes. Al lado, una colección de carteles con las orquestas que venían a tocar al pueblo, de las que destacaría dos: California 2000 (nombre doblemente sugerente) y Sócrates (nunca supe a ciencia cierta si el nombre de la orquesta se debía al filósofo o al futbolista brasileño, pero cuando años después surgió el incalificable dúo Platón, me incliné a pensar en el griego). Al grano: si ibas a primera hora, la peña de los llamados “padres” todavía articulaba palabra y te servían una limonadita, pero solo una que se te sube a la cabeza, decían los mamones, mientras se atizaban y empezaban a perder la compostura. Cuando horas después ibas para rematar la cogorza, te los encontrabas en pleno trenecito, en éxtasis dionisíaco y orgiástico, honrando también al santo. En sus propias palabras, se ponían un poco piripis el día de la fiesta.
Folklore, tradición, liturgia....¡Viva San Roque!
A veces la frase “me emborraché” equivale a me lo he pasado bien. De hecho, me cogí solo el puntillo sería como me lo pasé bien pero no me corrí. La cosa sería así: “¿Bueno, ayer qué tal?” “Bueno......(silencio muy largo)........Ayer....¡ una borrachera!” (resoplido y gesto grave, movimiento de manos). O sea, que muy bien. Solo el puntillo es un “oye, mejor que nada....”.
La ostentación espirituosa llevada al extremo es el orgullo local. “Mira tío, tú no sabes cómo beben los segovianos”....”Prepárate si vas a mi pueblo....tú ni te imaginas lo que se puede llegar a beber allí....”. Te lo cuentan con cara de compungidos, pero bien orgullosos que están. Cuanto más serios te lo cuenten, más beben allí.
Y es que el alcohol está muy ligado a la cultura popular. Así las cosas, se puede decir que tomarse unas cañas es algo pop, o folk, en realidad, como lo pueda ser el flamenco o los bailes regionales. El español medio entiende de carajillo, caña, vermouth, licor después de la comida y copichuelas como quien dice mañana, mediodía, tarde y noche.
Las borracheras molan como actos aislados, pero que no te encasillen de borrachín o borrachuzo. El primero tiene cara de husmia, bebe muy seguido pero en sorbos cortitos, se emborracha rápido y pronto se le notan los síntomas: naricilla roja, se le empañan las gafas, se enrojecen los ojos, el aliento hiede, la sangre hierve y el dinero fluye entre temblores y balbuceos pidiendo otra. El borrachuzo es el profesional de la borrachera, amo y guardián del alcohol, patrón de los borrachines. Es la gama alta del borrachín y la baja del que se coge muchas borracheras. Está mal visto y se le pone el despectivo sufijo “uzo” porque es astuto como un zorro cirrótico, se le acartonan las manos a la hora de pagar y tiene mucha más prestancia que el borrachín, mil veces. “Anda, paga tú, bobo”. Y el pobre husmia tiene que aflojar y lo hace sin rechistar. Es el putero, no el que se va de putas. Bien sabe los sabores y sinsabores de las tabernas, está curtido en mil batallas alcohólicas, es un alcohólico de nómina. Y la declaración le sale a devolver.
Por profesiones, abogados, médicos y periodistas suelen ser los más alcohólicos. No conozco las borracheras de médicos y periodistas, pero mucho se podría hablar de las de los abogados. Los abogados se suelen atizar de lo lindo mientras le dan al coco a algún pasaje particularmente sucinto o intrincado del Código de Comercio, y todo ello en compañía del cliente, al que dan palmaditas en plan jetilla: “Desde luego, Señor González, pelearemos este caso hasta sus últimas consecuencias” (sorbazo al gin tonic, golpe solemne en la barra y gesto con la cabeza al camarero para que ponga otros dos). Cuando llega el brebaje, prosigue la alocución: “lo que le digo, señor González, está complicado (sorbazo) pero no dude que por lo que a mí respecta....” en ocasiones acompañada de algún guiño de ojo cómplice. Es una borrachera muy digna y muy profesional, sí señor.
No podrían cerrarse estas crónicas beodas sin hacer mención a su mejor exponente: las fiestas populares. En efecto, el verano, y su consecuente rural, sus fiestas, son un periodo prolífico y generoso de sublimación a Baco. Interesante es la borrachera del lugareño el día de la fiesta, pues se emborracha como quien saca de paseo al santo o baila en la romería el día de la Virgen. En efecto, su borrachera tiene algo de místico, de religioso, un ritual casi litúrgico, sagrado pese a ser todo tan pagano. Los viejos mamados el día de la fiesta no son más que la procesión de los que honran al santo, y a su pueblo, qué cojones. Si no me emborracho yo el día de la fiesta....¿quién lo va a hacer? Mártires, qué duda cabe. Y con una disciplina espartana. Otro capítulo muy pintoresco de estas fiestas son las peñas de los padres. En mi pueblo, de las más afamadas era la Peña el Rastrojo. Podría reproducir casi exactamente la decoración: en la puerta de madera, un cartel de la peña, con fotos de la alegre comitiva cuarentona, y dentro, calendarios de Sabrina y del equipo de fútbol del pueblo en la temporada 80-81, cuyos miembros portaban un inconmensurable y pujante bigote ochentero, y a juzgar por lo que se atisbaba en esos raquíticos pantalones ceñidos, la pujanza no se ceñía solo a los bigotes. Al lado, una colección de carteles con las orquestas que venían a tocar al pueblo, de las que destacaría dos: California 2000 (nombre doblemente sugerente) y Sócrates (nunca supe a ciencia cierta si el nombre de la orquesta se debía al filósofo o al futbolista brasileño, pero cuando años después surgió el incalificable dúo Platón, me incliné a pensar en el griego). Al grano: si ibas a primera hora, la peña de los llamados “padres” todavía articulaba palabra y te servían una limonadita, pero solo una que se te sube a la cabeza, decían los mamones, mientras se atizaban y empezaban a perder la compostura. Cuando horas después ibas para rematar la cogorza, te los encontrabas en pleno trenecito, en éxtasis dionisíaco y orgiástico, honrando también al santo. En sus propias palabras, se ponían un poco piripis el día de la fiesta.
Folklore, tradición, liturgia....¡Viva San Roque!