jueves, 20 de septiembre de 2012

Lost in translation



 Idealización de España y lo español




Lo que únicamente podríamos calificar como pócima, si bien hasta ahora sus propiedades curativas no se han manifestado, viene a ser un líquido infernal con apariencia de cerveza negra, cuerpo de café y gusto de equivocación. En su malignidad, la pócima se nos presenta en dosis generosas y en lo que son, o mejor dicho, parecen ser, grifos de cerveza (two beers, please). Pulsando el grifo se nos viene encima un líquido oscuro, del color de la Cocacola, pero con una esperanzadora espuma. Luego descubres que esa simulación que viene a ser la espuma no es más que una recreación de la cerveza, pues ahora, tras confiados y repetidos sorbos, tras haberlo intentado mezclar con Vodka, reposarlo, agitarlo y reducirlo, descubrimos que se trata de una suerte de zarzaparrilla al parecer muy popular en Estonia , con el nombre molón de Kali y una engañosa publicidad en la que el nombre comercial aparece en letras negras y motivos más cercanos al metal que a un cumpleaños infantil, al que parece destinado. Tus esperanzas de una grata, barata y exótica cogorza se diluyen en un trago amargo y dulzón, con sabor a café, Cocacola y regaliz al mismo tiempo, a la espera del ansiado arsenal alcohólico que no llega. Señor, aparta de mí este Kali

martes, 8 de febrero de 2011

No me toques las palmas que me conozco

En la imagen, un Kafka desolado ante la prohibición de tocar en las calles de Madrid.


Kafka vivía atormentado ante la idea de una ley omnipresente, una ley inabarcable, que nunca podría terminar de conocer, que le seguía a todas partes y que se le mostraba oscura, indescifrable. Nunca conseguía acceder a ella. Hoy lo tendría más fácil con los Boletines Oficiales, pero el volumen de prohibiciones y de posibles incumplimientos no le dejaría pegar ojo. Desde hace algún tiempo las carpetas de adolescentes ya no “prohíben prohibir”. Todos compartimos y celebramos la lógica de la prohibición, la cultura preescolar del “no se puede”. Nuestras cabezas estúpidas y cada vez más políticas viven encalladas en un discurso restrictivo y limitado, en perder para poder ganar, contraponiendo continuamente prohibición y derecho (actualizando y reformulando el horripilante lema, “tengo derecho a prohibir”).

Quizá no sea tanto perder para poder ganar como que unos salgan ganando a costa de otros. Lo que no nos gusta de los otros debe ser prohibido. En eso estriba la “lógica de la prohibición”. En Granada, las Ordenanzas Municipales disponen que no se puede gritar a la hora de la siesta, en Salamanca no se puede comer en la Plaza Mayor, y ahora en Madrid, al parecer, se acabó lo de tocar en la calle, que a mucha gente le molesta. Se estará a favor o en contra de la Ley Antitabaco, pero ésta parece inmiscuirse en ámbitos mucho más privados que los bares y los restaurantes. Las normas ya dictan costumbres, formulan reglas de conducta y urbanidad.

Pero seamos más precisos. Parece claro que la lógica de la prohibición va de los políticos a los ciudadanos. Aquellos han encontrado en las prohibiciones su razón de ser, dan sentido a su trabajo (y quizá a su vida) y además, y no menos importante, generan enormes recursos en forma de multas y sanciones. Prohibir materializa su trabajo en una norma, lo hace tangible. El paternalismo del que todo poder se vale se vierte en una hipertrofia legislativa, una diarrea de leyes, disposiciones y ordenanzas que hacen cada día más inestable la posición del ciudadano, a diario en la cuerda floja, a punto de caer al vacío del incumplimiento. Por su parte, los ciudadanos han trasladado este discurso a su vida, se mueven entre la ira ante el potencial infractor (“seguro que hay una ley que infringe, y si no, habría que crearla”) y la autocomplacencia y honor de ser un ciudadano ejemplar y cumplidor. La barrera que separa al que está del lado de la ley del que está al otro lado no puede ser tan frágil; las leyes deben ser claras, proporcionadas, y, además, necesarias. La ley es en alguna medida fruto de la incapacidad de los ciudadanos de resolver los problemas o conciliar sus intereses por sí mismos. En el caso de muchas de estas normas, cada una de ellas refleja un fracaso, y evidentemente, es restrictiva e innecesaria.

“Para que se prohíba” o “por la prohibición de” figura en miles de perfiles de Facebook. Los ciudadanos pronto repiten esquemas, aprenden patrones. Hay una fuerte conciencia represora, un deseo de eliminar lo que no nos gusta, lo que es diferente. Y un fuerte sentido de mostrarlo dentro de una sociedad hecha a medida, con el público y el árbitro a favor. Por otro lado, el “me gusta” o “no me gusta” ha creado una mente dual de dedo arriba y dedo abajo, bien o mal, a favor o en contra. No hay matices ni caben lugares intermedios, solo adhesiones, fans.

No puedes comer en la calle. No puedes tocar en la calle, ni dar palmas. Ni cantar. No grites. No fumes. Si nos ponemos a prohibir, yo por mi parte prohibiría los politonos.








martes, 7 de julio de 2009

Hannah Quintana y Ana Rosa Montana




Considero que, a la luz de estas imágenes, queda bien claro que Ana Rosa envejece, cual Dorian Grey, no en su retrato sino en el cuerpo y cara de la buena de Hanna Montana. De eso estoy seguro. Eso en el caso de que Hannah no sea directamente el retrato de Ana Rosa

Felices años 20, terribles años 30

------------------------------ (PRELUDIO DE UNA NOCHE TOLEDANA)---------------------


-Perdona, ¿ te importa que te pregunte cuántos años tienes?
-No, qué va, pues 35, al 2,5 % T.A.E
-Ah, muy bien

Me cuentan que treintañeros de nacimiento se reúnen en urbanizaciones y celebran cenas por parejas, sabatinas pero con espíritu dominical, casi religioso, una extraña liturgia de “urba” (lo llaman así) en la que nuevos amigos unen sus lógicas afinidades topográficas y crediticias en celebraciones que se prolongan hasta bien entrada la mañana. Algunos testigos me han llegado a reconocer que vieron a algunos de ellos salir ebrios, que no distinguían un euribor de una letra, una amortización de una cuenta ahorro vivienda. Hablamos del treintañero más espiritual y convencido, padre de familia y holgado asalariado o pequeño o mediano empresario, novio o marido de los que nunca enamorarte a primera vista, de los que ganan cuando los conoces, orondos, con entradas y carné de conducir en el verano de COU. Más listos que inteligentes.

Tras los felices años 20, la explosión demográfica de los 30. El 0,1% que ha subido la natalidad en 2008 en España se concentra aquí. En la terraza del bar de la esquina, diez carritos de bebé, ocho de cada diez mujeres embarazadísimas, el resto hablando de tratamientos de fertilidad (y de hipotecas y prendas, pues bien sabido es que el Código Civil creó los derechos reales para el treintañero). Cuando voy con la chavala ni la miro, que por menos se queda embarazada en ese hábitat. Con estas cosas no se juega. Se me cae media copa encima de una bolsa de pañales. Llora un niño. La madre ni toca la cerveza. ¿Estará embarazada? El calvo de al lado juega con las llaves del coche. Hay más polos de rugby que en un Cinco Naciones. Ala, unas patatas frita y a la farmacia de enfrente. Y sin rechistar. Que hoy es día fértil. Esto es vida. De pequeño empresario a semental. Y sin pagar. O sí. Treinta y cinco años pagando. Lo doy por bien empleado, piensa, si aún no ha llegado el folleto de IKEA.

Vivo en un crisol de culturas, a medio camino entre las “urbas” de treintañeros y los pisos de protección oficial y de integración. El supermercado es el zoco: en un mismo pasillo, gitanas descalzas tarareando y bailando el “si yo fuera rico” aflamencado al lado de señores prematuros con castellanos y embarazadas de ocho meses y medio con tacones y pantalones de cuero ajustados y yogures para regular el tránsito intestinal en la mano. Y todos hacen la misma fila. La misma que llevo esperando cuarto de hora. Ni contemplo ya lo de tomarme una copa en el bar de la esquina.

viernes, 9 de enero de 2009

Va de retro: Verano azul

Los Hombres G suenan tanto como antes, Rusia sigue haciéndonos la puñeta, se llevan los calentadores, se reabren centrales nucleares, se venden como rosquillas Érase una vez la Tierra y Barrio Sésamo, es cool llevar pines de V y del Comando G, tres millones de parados, Kiss FM, Gaza, recopilatorios de la movida...Cíclicamente se vuelve a los ochenta. Estamos en los ochenta, qué coño. Si hasta Felipe González sale todo el rato en los periódicos. Y ahora resulta que van a sacar un remake de Verano Azul, y en Nerja, claro. He estado reflexionando sobre este particular y me he vuelto medio loco, diversas ideas chifladas acuden desordenadamente a mi caótica cabeza....¿Quién hará de cada personaje? ¿Cómo se adaptará la serie a los tiempos modernos? En las siguientes líneas expondré el fruto de mis estériles y enfermas conclusiones. Pero espero comentarios y sugerencias. Como decían nuestros curas ochenteros: “discurran, discurran”

Pensando en la serie, me vino a la cabeza el personaje de Julia. Yo creo que lo recuerdo con claridad y está, en mi opinión, tomado directamente del protagonista de Muerte en Venecia: el escritor en plena crisis creativa y vital que se enamora en la ciudad de la decadencia de la belleza de un niño. A esta le pasa lo mismo, salvando la distancia: es una artista un tanto pluridisciplinar (igual te tocaba un chotis que te pintaba unos cuadros horrorosos y plenos de naturaleza nerjabunda) pero artista al fin y al cabo que se va de vacaciones para reflexionar y se queda prendada de la juventud y la inocencia de Pancho, Bea, Tito y el Piraña. Muerte en Nerja (así debería titularse el capítulo de la muerte de Chanquete).

Para los chicos Julia hace más que de madre de tía, vamos, que en vez de echarte el sermón porque llegas con los zapatos llenos de arena o no haces la cama te cuenta historias fantasiosas de viajes que por supuesto nunca realizó pero a nadie le importa, y te invita a unos refrescos. Y te pasa una mano por el lomo cuando te deja la novia o te baja la regla. Las madres la miran con recelo porque es un poco hippie, y es que no hay quien la apee de sus suéteres de rayas ni de la maldita guitarra: si las gafas fueran un poquito ahumadas, estaríamos ante una animadora de convivencias cristianas. El caso es que la actualización del personaje, en mi opinión, podría correr a cargo de Bebe o de la Mari de Chambao, mujeres corajudas donde las haya y que son en sí mismas la revisión del trasnochado hippismo setentero flamígero. Sobre todo Bebe (que además ya ha pasado por el cine de la mano de José Luis Cuerda) encarna la neohippie del siglo XXI, descalza por la vida y con más garra que una manada de guepardos. Lo de las canciones lo tienen fácil, y al igual que Julia, siendo muy sensibles con su género, dan un poquito de ambigüedad sexual al personaje. Pancho podría canear a Bea en alguna secuencia al ritmo del Malo, malo eres. No veo mal que toque la guitarra, pero al ser abiertamente perro-flauta debería, por ende, tocar la flauta y enseñarles a los niños mil y un complicados malabarismos al compás de su desafinada y estridente flauta, mientras el famélico chucho se desgañita ladrando y dando vueltas sobre sí mismo, exhausto.

¿Y de los demás? A título personal, desearía que Chechu, (aka, Aarón Guerrero) apareciese en la serie, no sé, por motivos sentimentales. Podríamos photoshopearlo y que siguiera haciendo de niño displicente. O podríamos ponerlo de jovencito apuesto, un poco pijo, con los cuellos del polo para arriba, haciendo de Javi o de Quique, intentando levantarle la camiseta a Pancho. ¿Y quién haría de Pancho? Este es un papel crucial y difícil, a mi entender. Pancho era un tanto desgreñado, un poquito egque, vamos, el típico quinceañero autosuficiente que gusta a las chicas, que solo aprobaba religión pero que lo arde si hablamos de cambios de bujías y de motos trucadas. Pero yo no sé si es tan atemporal como parece. Yo considero que tenía un toque de chuleta ochentero que es complicado conseguir ahora. Tras mucho reflexionar, considero idóneo para ese papel al bueno de Carlos el Yoyas, que además, podría darnos el gustazo de endilgarle cuatro yoyas al pobre Chechu ante la estupefacta e histérica mirada de Bea. (Este papel de Pancho le hubiera venido que ni pintado al malogrado Mané, aunque el pobre ya estaba muy encasillado en papeles humorísticos)

Para Bea me gustaría la hija mayor de Médico de Familia. Vale, ya sé que está un poco crecidita y no le va a bajar la primera regla durante la grabación, pero la tensión sexual con el Yoyas y con Chechu estaría asegurada. Además, daría muy bien el perfil de chica modosita y juiciosa y sensible que no obstante calienta un poco al personal. Y de Desi podríamos poner a su amiga feúcha. En cuanto a los niños, no veo problema alguno: con la sobredosis de gluten y bollería industrial que padecen nuestros pequeños, no será difícil encontrar en un casting a un doble perfecto del Piraña. Para Tito me quedo con el pequeño de Cuéntame.

Falta un Chanquete. El otro día me sugirieron uno que no recuerdo. Lo que tengo claro es que la serie, de hacerse adaptada a nuestros tiempos, debería sufrir alguna modificación. Por ejemplo, la escena de “No nos moverán” pide a gritos cambiar su ubicación: nada de ser realizada en un barco de chicha y nabo sino en una casa ocupada. O por ejemplo, a Bea podría hacerla tilín un dominicano bronceadito y vacilón que la seduciría con mil y una historias de climas más calientes y playas paradisíacas, un mulatón bailongo y perreón. Desita quedaría prendadita de un friki gafotas, que bien podría ser el chaval de la serie Aída haciendo, por fin, un papel hetero (doxo). Ya tenemos serie.

martes, 18 de noviembre de 2008

Canal Nostalgia


Eran las ocho en punto y había quedado a las ocho y media. Faltaba media hora, o sobraba, porque el lugar de la cita no estaba lejos. Así que me dirigía hacia allí despacio, caminando ociosamente y recreándome en la estampa vulgar que deparan los edificios comunes, iguales, casi en serie, que el ladrillo y los años sesenta nos dejaron en el Paseo de Zorrilla. Ni rastro de humanidad arquitectónica. Así que me asomaba a escaparates, portales o tiendas de golosinas. Hasta que me encontré con algo que me hizo parar en seco, y decirme que, la verdad, no había motivo para no entrar. Se trataba de una de esas galerías comerciales de los años setenta, casi ochenta, donde de pequeño solía perder el tiempo con mi amigo R, donde pasábamos la mañana del domingo entre chascarrillos y risas y suplementos de prensa. Había muchas tiendas de ropa, zapaterías y marroquinería, pero lo que sí recuerdo bien son dos cosas: el videoclub, con el póster de Platoon y La mosca y Nueve semanas y media, y el kiosko, donde cumplíamos nuestra única obligación dominical: traer el periódico, mientras la radio atronaba y tenías que hacer cola y se te colaban todos porque eras pequeño y empezabas a hacer el tonto y nunca te ponías del todo en la fila. No me gustaba nada ese kiosko. Los caramelos y los álbumes y los ejércitos de prusianos me los compraba en otro.

Por entonces yo no sabía nada de la tienda de discos, porque estaría cerrada, seguro, los domingos, y porque también era demasiado pequeño para tener conciencia musical. Años más tarde fui por allí otra vez, y ahí la encontré, en el piso de abajo. Fui con mi amigo V., devorador compulsivo de rock and roll y devoto de la tienda. Charly Blues era pequeña, familiar, los clientes se conocían, y el tío ponía su música (rock and roll, blues, soul....), tocaba él a veces, era realmente su negocio, vamos, que hacía lo que le daba la gana. Me compré algunos discos, pósteres, curiosidades (“esta tienda ya es un bazar raro”, le oí una vez al dueño, al verme entusiasmado con la carátula de Playboy en paro). Algún año después compartí piso con P, melómano empedernido, rockero impenitente, pero sin duda rockero de buen corazón, enciclopedia musical y asiduo, lógicamente, a Charly Blues. En su ordenador, en la carpeta imágenes, unas letras amarillas enormes, como si fuera un letrero, rezaban “Charly Blues”. Nunca le pregunté si hizo el logotipo de la tienda (él es informático) o simplemente, al diseñar algo, le vino a la cabeza el nombre de la tienda, como texto.
Por todo eso entré en estas galerías ochenteras. Era lunes y eran las ocho de la tarde, no esperaba gran afluencia, pero tampoco el desolador paisaje que encontré. Un pasillo enorme lleno de tiendas con letreros de “Se traspasa”, escaparates polvorientos, medio rotos, un espacio enormemente vacío y deprimente. Al estar en medio del Paseo Zorrilla no podía parecer un pasadizo secreto, pero el aire de gruta del terror sí lo tenía. Me alegré de encontrar una boutique rancia y una mercería, pero me entró cierto desasosiego al caminar entre escombros comerciales y detritos textiles. Ni un alma. Había dos tiendas abiertas, pero nada más que eso parecía indicar que la galería siguiese siendo lo que era, o al menos, comercial. Sorprendentemente, habían dado unas capas de pintura nueva, casi reciente, de color chillón, feo pero altivo, verde o azul intenso, en un esfuerzo postrero y sin duda inútil de remozar al abuelo cebolleta. Lo cierto es que me entró una pena terrible al ver qué quedaba de todo aquello, mi recuerdo de cuando era pequeño era de mucha gente con bolsas, mucho trajín, cierta actividad. Ahora estaba convertido en unos sótanos lúgubres, mortuorios, por mucho que se quitasen el luto y se fueran al hogar del pensionista a echarse unos bailes. Me entró un poco de miedo, porque no había ni Dios y se oían algunos pasos al fondo. Creo hasta que era Halloween... Pero movido por alguna fuerza extraña, en vez de marcharme por donde había venido, me armé de valor y bajé por la escalera recientemente pintada, con una capa gruesa y tosca y fea de Botox remedia todo. Y allí abajo, el milagro. En medio de la nada, de la oscuridad inquietante del sótano misérrimo, con las paredes desgastadas y plomizas, de repente, escuché algo de música contenida, como tapada por algo, aun así, inconfundible: un blues. Tardé un poco en reaccionar, pues ya no esperaba encontrar nada habitado en esta planta de abajo. Eché un vistazo y al fin lo vi, había un puerta de donde parecía provenir la música. Allí estaba yo parado, atontado, contemplando la puerta de Charly Blues. La puerta estaba cerrada, pero dentro había luz, de eso estoy seguro, y la música puesta. Quise entrar, llamar a la puerta y decir que venía de parte de mi amigo P, que me alegraba de que todo siguiese en su sitio. No sé porqué no lo hice. Digamos que lo hago ahora...

viernes, 7 de noviembre de 2008

El portero siempre llama dos veces


A pesar del nombre, Busi no era un peluche, ni un muñequito con luces verdosas ni nada por el estilo. Era portero del Barsa, o guardameta, o cancerbero, dándole épica al asunto, y echándole imaginación, y jeta, desde luego. Mi primer contacto con el bueno de Carlos fue una entrevista de García, podríamos estar hablando del año 93 o algo así, en la que mi adorado pequeñarra refería un terrible suceso, algo así como un partido navideño por la Amistad o la Coalición de Culturas o la Juventud o recurrente memez semejante en el que los juveniles del Barsa se enfrentaban a un combinado descafeinado en un pabellón de fútbol sala del extrarradio. García se hizo eco de tan pobre acontecimiento deportivo por algo lógicamente extradeportivo, y es que un imberbe Busi, aún más Carlos que Carles, y mucho más Busi que Busquets, compareció un tanto afectado, y no nos referimos a su natural afectación o pose, esa que tantos disgustos dio al barcelonismo, sino a que apareció borracho como una cuba y terminó el encuentro encarándose con varios aficionados que lo increpaban, mientras se tocaba los genitales y los desafiaba en pleno pabellón de la Paz y la Amistad de Cornellá. Examen de conciencia, contrición y posterior absolución butanera, dos Aves Marías y al primer equipo. Y qué penitencia. Diez años más o menos. Pero hijo, si vas a jugar al menos vístete de corto. Pero lo peor no es que jugase con chándal, no, es cómo le quedaba el chándal. Transmitía la misma sensación de profesionalidad que mi hermano con el chándal rojo de la marca Johan Cruyff’s (basado en un hecho real). Para entonces era más Busquets que Busi, porque los sufridos culés ya le dedicaban pocos apodos cariñosos (en mi casa, de cabrón para arriba). Era como ese grupo que te dicen que es bueno y te lo crees, pero...te parecen horrorosos. Joder, algo tendrán, igual los he escuchado poco.....Voy a darles otra oportunidad....Pues con este igual. Y hasta estabas deseando decir que hacía buen partido, cuando despejaba con un certero puntapié (por entonces se decía que era muy bueno con el manejo de los pies, lo que, para un portero, viene a ser el equivalente a un banquero muy solidario) o salía con acierto un par de veces (normalmente, hasta el medio del campo). Un día García, que en el fondo lo apreciaba desde aquella entrevista en que desnudó su indómito corazón chulanganero, se pasó medio partido de Champions admirando las intervenciones de, ese día sí, Busi, hasta que decidió ser Busquets y meterse con el balón en su propia portería, tras un centro sin aparente peligro. Han pasado menos de quince años de estas cosas, y ahora su hijo triunfa en el primer equipo del Barsa. Valdano dijo una vez, tras quitarle dos Ligas al Madrid como entrenador del Tenerife, que le devolvería al Madrid todo lo que le había quitado como entrenador (evidentemente, si de Ligas no hablaba, de dinero menos). Pues el bueno de Carles (hoy ya es Carles, sin discusión) ha decidido devolver al Barsa como padre todo lo que le quitó como jugador. [1]


[1] Nota del autor: El autor siempre ha sentido debilidad por la persona de Carlos Busquets, una suerte de héroe iconoclasta de barrio, pendenciero pero de buen corazón. Agradecería que algún comentario me aclarase la posible relación que pudiera tener nuestro guardameta con el material de papelería Busquets, algo que, por otra parte, me ha obsesionado bastante desde ya una tierna edad. Gracias